miércoles, 14 de agosto de 2013

Ni por todas las Minujines del mundo

Cada vez que uso el vestido que me regaló Agus automáticamente me siento más linda. 
Será que me recuerda lo mucho que nos queremos y me alimenta el amor propio. O que su diseño afina mi cintura y el efecto visual que provoca aumenta el volumen de mis lolas. 
Ayer me lo puse. Llovía, así que lo combiné con unas botas de lluvia azules y una cartera floreada a tono. A las 7 salí rauda de la oficina y me encontré con F. y R. en el MALBA para ver la muestra de Marta Minujin; por segunda vez y de manera concienzuda, ya que fui a la inauguración, pero las inauguraciones no son precisamente momento de recogimiento artístico. Además era miércoles y los miércoles la entrada vale la mitad: un respiro para nuestros bolsillos capitalinos cada vez más exigentes. 
Estaban los dos ahí sentados en uno de esos bancos de piedra de la entrada, y el vestido, más el halago visual que significaba tener a ellos dos esperándome, me hizo sentir aún más linda y afortunada. No pude menos que conmoverme, largar la cursilería, llamarlos «mis dos bombones» y repartirles besos. 
La muestra hace un recorrido por toda la obra de Minujin desde los '60 hasta la actualidad. El día de la inauguración, con F. nos referimos a ella como «la trillada y sobrevaluada Marta Minujin», pero salimos pensando que habrá sido culpa de nuestro tardío arribo al mundo que nos quedamos solo con el perfil mediático de la Minujin, obviando el valor ideológico y vanguardista de sus obras. 
En uno de los pasajes de la mini reproducción de su famosa puesta "La Menesunda", recrearon la ambientación de un cuarto que incluye una pareja en pijama recostada en una cama actuando como si estuviesen en su casa. Apenas entré, la chica exclamó «Qué lindo vestido», pero sin remitirse directamente a mí, sino comentándoselo a su "pareja". Pasé de largo mirando de reojo, de por sí la escena en vivo de dos personas desconocidas en la intimidad me provoca cierto pudor, y encima habían recalado en mi persona. 
Una vez afuera comentamos acerca del trabajo de estas gentes, a la que le pagan por estar tirados en una cama con aire acondicionado: nada más lejos de nuestra realidad cotidiana. «¿Les pagarán por hacer eso?», preguntó F. «Claro que les pagan» y volvimos a entrar para comprobarlo. Esta vez fue el turno del chico, que le dijo a su "pareja": «Ahí vuelve la chica del vestido». Obviamente hablaban de mí y me di por aludida de una vez: «¿Viste qué lindo? Era de una amiga y me lo regaló». La chica sugirió: «Te lo cambio por este camisón». Sonreí y seguí de largo, no lo cambio ni por todas las Minujines del mundo, así sobrevaluada y todo.






Publicado en Dadá Mini #15- «Quince minutos de fama» - 2011
Ilustración de la autora

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