
El santuario que habíamos improvisado en función de nuestro principal elemento de trabajo, actuó más como talismán que atraía la mala suerte y la hipótesis giraba en torno a la idea de que no funcionaba dado que éramos dos completas ateas que nos habíamos tomado el atrevimiento de utilizar imágenes de santos para decorar el maldito artefacto. Llegué incluso a simpatizar con las últimas dos: la Virgen de Fátima y la de Guadalupe. La primera, por haberme fascinado de niña con la historia de los pastorcitos y un sol que bailaba, y la segunda, estéticamente me resulta atractiva y además alguna vez mamá me regaló una estampita muy mona para que guarde en mi billetera.
A ese martes, le siguió un miércoles, luego un jueves y por último un viernes en el que la yerba siguió sin ser repuesta y nos conformamos con yogures traídos de casa para hacer más llevadera la mañana.
Ese último día de la semana, el papel A4 llevaba en negrita un titular que proclamaba “Extinción de Contrato Laboral”, el bajo firmante era el director de la empresa explicando que, atento a los problemas que atraviesa su empresa y habida cuenta de la crisis internacional en curso, se veía forzado a prescindir de nuestros “importantes” servicios.
¿Haberes, liquidación final y certificaciones de servicios a mi disposición?
Es esa la parte que más me cuesta creer, pero resucitaron mis esperanzas al momento en que me disponía a volver a casa luego de semejante hecho inesperado, y el que solía ser mi jefe tuvo la delicadeza de invitarme el boleto de subte.