Hoy al mediodía murió
Alejandro Sokol y me quedé pasmada frente a la pantalla del televisor por tamaña noticia inesperada.
Lo que más me inquieta es que su deceso comenzó en la mismísima terminal de ómnibus de Río Cuarto.
Definitivamente entonces aquello que presencié hace exactamente una semana era una premonición y me asusta mi acertada conclusión porque no soy precisamente una persona propensa a las percepciones metafísicas o a sueños alusivos o a ningún tipo de horoscopidad respecto a lo que va a pasar, a diferencia de seres que me rodean o rodearon como mi madre o incluso mi abuelo.
“Noches y más noches antes de amanecer, tratando que mi corazón, no explote” cantaba el Bocha en “20 Minutos” y hoy dejó de tratarlo y explotó, seguramente por ese exceso de noches y más noches. El médico que lo atendió explicó que Sokol entró al hospital de Río Cuarto con prácticamente todas sus extremidades frías y entumecidas y luego de la autopsia reveló que, a pesar de contar con tan sólo 49 años, su corazón parecía el de un anciano. El alcohol, las drogas y las grasas trans eran parte de la dieta del Bocha y aunque en algunas épocas mitigaba ese consumo con frenéticos bailes sobre el escenario, de todos modos no fue suficiente.
Y qué bailes. Puf. Ni siquiera mis habilidades sobre las pistas podían aproximarse a ese ir y venir de brazos y piernas que tantas veces me ufané en imitar sin resultados siquiera similares.
En aquella oportunidad en la que me enteré que se separaba de Las Pelotas, mi frase fue “qué va, si Sokol no está, no voy más a verlos” y ahora que no está ni siquiera en un proyecto paralelo ni en la faz del universo, es aún más profunda la nostalgia y la tristeza que me aquejan. La terminal nunca tuvo una denominación más acertada. El viaje del Bocha fue más largo de lo que esperaba y se fue solo, derrotado y escondiendo la cabeza en un capullo, como el ñandú.

ALEJANDRO SOKOL
1960 - 2009