lunes, 7 de julio de 2008

El día que se enojó Oliverio

Oliverio Girondo, avasallado por los avances tecnológicos, los reclamos de sus hijos y esposa, aflojó de una vez por todas y sucumbió a la compra de un celular. Fue hasta el kiosco, pidió una etiqueta de Chesterfield y por lo bajo pidió al muchacho que le alcance una de esas tarjetas para teléfono móvil. Una vez en su casa se sentó en su sillón de lectura, se calzó los anteojos en el tabique y se dispuso a decodificarla. No la entendió. Llamó al asterisco mm mm mm (diría Susana) para solicitar ayuda. Aunque Oliverio sabe que el empleado del call center no tiene nada que ver con la calidad del servicio que presta la empresa para la cual trabaja, en un acto de impotencia y de incomprensión total, no pudo evitar proferirle todo tipo de insultos, pero siempre fiel a su estilo. Acá va un extracto de lo que alcanzó a escuchar, horrorizada, la mujer que plancha los miércoles en la casa de los Girondo:


...que los ruidos te perforen los dientes, como una lima de dentista, y la memoria se te llene de herrumbre, de olores descompuestos y de palabras rotas.
Que te crezca, en cada uno de los poros, una pata de araña; que sólo puedas alimentarte de barajas usadas y que el sueño te reduzca, como una aplanadora, al espesor de tu retrato.
Que al salir a la calle, hasta los faroles te corran a patadas, que un fanatismo irresistible te obligue a prosternarte ante los tachos de basura y que todos los habitantes de la ciudad te confundan con un meadero.
Que cuando quieras decir: “Mi amor”, digas “Pescado frito”; que tus manos intenten estrangularte a cada rato, y que en vez de tirar el cigarrillo, seas tú el que te arrojes en las salivaderas.
Que tu mujer te engañe hasta con los buzones; que al acostarte junto a ti, se metamorfosee en sanguijuela, y que después de parir un cuervo, alumbre una llave inglesa.
Que tu familia se divierta en deformarte el esqueleto, para que los espejos, al mirarte, se suiciden de repugnancia; que tu único entretenimiento consista en instalarte en la sala de espera de los dentistas, disfrazado de cocodrilo, y que te enamores, tan locamente, de una caja de hierro, que no puedas dejar, ni un sólo instante, de lamerle la cerradura...

9 comentarios:

  1. Baw ah, kasagad sa imo maghimo blog. Nalingaw gd ko basa.

    ResponderEliminar
  2. hoo sark jikslñ mmbasi slork imen salviden!

    ResponderEliminar
  3. aw recuerdo todavía el día que me compré espantapájaros en la feria del libro de córdoba. le pregunté a una chica muy linda cuánto costaba y ella muy linda me dijo ¿el de girondo? tres pesos. ¿tres pesos nomás? dije yo y ella muy linda gritó ¡Julio, el de girondo está a tres pesos ¿no?! ¡Si! respondió Julio. Sí, tres pesos, repitió ella muy linda y yo le dije bueno lo llevo y me lo llevé y en el colectivo de vuelta leí lo que ahora me entero que es una catarsis del genial oliverio contra los pobres empleados de call center.

    ¡muy bueno!.

    beso,

    L.

    ResponderEliminar
  4. muy bueno! jejeje salud por oliverio que lo queremos tanto.

    ResponderEliminar
  5. Más allá de los serios problemas a los que todo escritor que fume chesterfields se enfrenta al vivenciar crudamente, en su autoestima, la fatalidad de la telefonía celular y su maldita inexorabilidad cotidiana; releyendo cuidadosamente la condena proferida por Girondo en esta especie de sentencia titánica, que parecería carecer en un primer instante de argumentos (lo cual queda totalmente descartado al terminar de leerlo; no porque se develen al final, como en un policial, todas las causas eficientes que llevaron al asesino a escribir con alevosía, sino porque... no importa),me di cuenta de una cosa, o en realidad de varias,o en verdad me parece haberme dado cuenta, o en realidad no me di cuenta de cosa alguna pero me parece vislumbrar una idea; y una idea, por mala que sea, no es algo para desperdiciar así como así; por lo menos, antes, la voy a desperdigar como saliva de estornudo, así contaminaré a todos con mi estupidez crónica e incurable y ya no me será tan pesado convivir conmigo mismo... por favor, piedad, tan solo me divierte escupirlos!
    Dije bien "releyendo", porque así ya di a entender, con una sola palabra, que no era la primera lectura, sin tener que decir: "en el año xxxx, me compre el libro x y lo leí en 2 minutos mientras viajaba en un expreso a vapor desde Siberia hasta Moscú... desp lo volví a leer en mayo de xxxx y me pareció mejor que antes; felizmente, ahora lo releí y no tuve la fuerza de voluntad de dejar de releerlo hasta que ya fue demasiado tarde para frenar mi impulso de pensar que iba a tener una buena idea para escribir"... menos mal que solo dije "releer" y les evite el mal trago de tener que soportar una historia que a nadie le interesa; si hay algo que no me gusta hacer es agoviar a la pobre gente circundante con relatos insoportables que se que les gustaria no escuchar.
    Releer, entonces, me llevó a ocupar otro lugar. Ya no estaba, como siempre, gritando maldiciones a la persona maldita, con lágrimas en los ojos, con una furia impostergable, desencantado con la vida y con el mundo; sino que estaba en el otro lado, era el condenado.
    Sí, el condenado a lo peor.
    Y me sentí aliviado.
    Sentí el alivio que significaría saber que todas las fatalidades que nos acontecen y acontezcan en la vida sean por una maldición que un Oliverio cualquiera nos arroje desde un oscuro rincon del universo. Experimenté el magnífico alivio de no sentirme responsable de las atrocidades cotidianas. No, no era yo, era la maldición de San Oliverio, y yo un personaje más de la lista de destinos desdichados de las tragedias griegas. Nadie escapa a ninguna de las cosas que Girondo dice, particularmente, en ese poema; son cosas que a todo el mundo le sucede. Pero lo fatal es saberse responsable, en gran medida, de decir "pescado frito" en vez de "mi amor", de enamorarse de una caja de hierro y no poder dejar de lamerle la cerradura. Y claro! yo no quiero ser responsable de esas cosas! quiero que todo sea culpa de otro!! quiero ser expulsado del edén! y no, saber que me fui yo sólo, caminado! Y cuando despierte de esa ilusión y vea el basural y las chatarras que vamos dejando despreocupadamente en el camino, le voy a desear, a cualquier otro, lo mismo que Oliverio me deseó a mí cuando releí felizmente esta condena a muerte... cosa que de una manera, o de otra, llegará.

    mr. john azlow

    ResponderEliminar
  6. Celebro de manera estruendosa y con exagerado entusiasmo el regreso de John Aslow, que ahora se cambió el nombre a Azlow probablemente en un arrebato de sofisticación o para asegurarnos que Aslow "is gone".
    ... Asi que todo es una consecuencia de la maldición de San Oliverio, ya no tengo que ocultar entonces que me apasiona sentarme en la sala de espera de los dentistas disfrazada de cocodrilo (ignorad el post acerca del día de mierda, fue toda una falacia para no hacerme cargo de mi obsesión)

    ResponderEliminar
  7. Mente precisa y audaz la que le asiste mi estimadísima Señora... ha decifrado, usted, el secreto que se enconde tras la fachada de aquel cambio repentino, e infranqueable para la vista, de una letra en mi nombre... sí, usted ya lo sabe: "aslow is gone"... o debería decir "i'm gone"?

    john azlow...

    P.D: imposible ignorar el relato de un día de mierda, sea por la obseción que sea; pero accediendo a su deseo, voy a mirar para el costado e improvisar un tarareo disimuladamente distraido... tarararaaa
    vermú con papas fritas y... good show!

    ResponderEliminar

Comentar es gratis.