martes, 20 de agosto de 2013

Entrevista a Rosario Bléfari

Recién llegada del Festival de Venecia donde se proyectó Verano - película chilena en la que actúa-, y pronta a presentar Privilegio -su quinto disco solista-, la ex Suárez recuerda sus años mozos y afirma no sentirse cómoda en el lugar de emblema de la autogestión.


Rosario Bléfari no quiere que le digan lo que tiene que hacer y fue quizás por curiosidad o tal vez por audacia que se aventuró con naturalidad a través de la música, el cine, las letras -e incluso la docencia y el periodismo- sin perder el norte.  La actitud más independiente de su carrera es la de seguir siendo fiel a lo que siente cercano a su búsqueda, de una manera afectiva.
Ella no es ingenua, es consciente de que hay que saber hacer muchas cosas para poder sobrevivir y su lucha pasa por superar esos lugares donde la decisión depende de los otros: «Odio ponerme a aprobación, es algo que me ha hecho sufrir y también me ha hecho ser quien soy. Si espero algo de los demás sé que no me van a elegir, no van a pensar en mí. Yo quiero tocar, quiero actuar, entonces hazlo tú mismo, sería no esperes nada de nadie, sólo del interés de quien te quiere escuchar, de quien te quiere».
La lista es extensa: cinco discos grabados con su ex banda Suárez -Hora de no ver (1994), Horrible (1995), Galope (1996), Excursiones (1999), el tributo a Le Mans 20:09:00 (2000)-, cinco discos solista -Cara (2002), Estaciones (2004), Misterio Relámpago (2006), Calendario (2008) y Privilegio (2011) –, dos libros de poesía -La Música Equivocada (2009) y Poemas en prosa (2002)- y destacadas actuaciones en tres películas de renombre: Silvia Prieto (1998), Un Mundo Misterioso (2010) y Verano (2011) que posiblemente veremos el año que viene.

¿Tu primera inquietud? «La música», contesta sin dudar. «Me invitan a esas jornadas con poetas super talentosos y entre ellos soy la rockera; me invitan a escribir como periodista, y también soy la rockera; entre los músicos soy la rockera que escribe. Me encanta, porque tengo un poco más, algo de cada mundo, entonces no piensan qué se viene a hacer esta», explica.

El rock fue una vía para canalizar su energía y las canciones se volvieron el lugar donde expresarse también como actriz. El talento le sale por los poros, como si la excediera: «lo único que te puedo decir es no, ¡es lo más digno!», comenta divertida.

¿Cómo te empezaste a vincular con la música?
- De chica yo tocaba, tenía un profesor en Bariloche que me enseñó música a partir de hacer canciones. Después vinimos a vivir a Buenos Aires y entré a la Escuela Nacional a estudiar danzas clásicas. Al cuarto año abandoné, tenía 13 o 14 años y ya no soportaba, son re nazis con lo del cuerpo y a los 10 ya sos vieja y cosas así. A los 15, el patrón de mis viejos ve que yo estaba mirando unas cosas y me dijo ¿querés una guitarra? Yo te la regalo. Ahí todo cambió un montón.

¿Y la escritura qué lugar tiene en todo esto?
- Siempre acompañándome. Desde que aprendí a escribir tenía mucho ímpetu de escritora. Cuando aparece la música, la escritura va encontrando un cauce ahí, me di cuenta que así podía prescindir de esa búsqueda de aprobación. Hago mis canciones, las canto con mi banda, hacemos lo que queremos, tocamos donde queremos – o donde podemos. No es una producción de otro que te invita ahí y vos sos no sé qué.

***

Es septiembre y Rosario Bléfari llegó hace unos días del Festival de Cine de Venecia donde se presentó Verano (2011), la película del chileno José Luis Torres Leiva donde ella interpreta a una madre que decide tener a su hijo sola. No vio su actuación hasta que la proyectaron en el Festival y le gustó mucho, le pareció que sí, que era eso. Porque Bléfari trabaja las letras con una perfección conmovedora, sin embargo tiene la capacidad de describir las cosas con gestos, con expresiones, con variaciones en los tonos de voz y se entiende todo clarito. Sí, eso, ahí.
 «La actuación en particular no depende de mí y pasan estas casualidades como que al director se le ocurrió que yo podía trabajar y me llama», reconoce Bléfari. La decisión esta vez dependió de Torres Leiva que se fascinó cuando la vio en Silvia Prieto, protagónico que le valió el primer premio a la interpretación femenina en el Festival de los Tres Continentes en Nantes en 2003.

¿Cómo se dio la oportunidad de trabajar en Verano?
- José Luis me conoce por Silvia Prieto. Él sabe todo sobre cine, pero es muy reservado en algún punto, un poco tímido y también humilde. En enero tenía que viajar a Chile a conocerlo, hablar un poco de la película antes de filmar y fue muy gracioso porque llego al aeropuerto y me estaban esperando una chica y un chico, yo no sabía quiénes eran. Nos subimos al auto y les digo Che, ¿y qué tal el director? ¿Tiene buena onda? ¿Es la primera vez que trabajan con él? y él se mata de risa, y Cata Vergara, la asistente, me dice es él. Parece una pavada, pero no cualquiera hace eso de ir a buscarme al aeropuerto. No lo podía creer, un divino.

La austeridad y humildad que destaca en Torres Leiva se le atribuye también a la personalidad de su amigo-director Martín Rejtman, el mismo que en los ’90 se espantó del cine declamativo y postuló como un malentendido aquello de querer hacer coincidir la realidad con el cine.
En el primer largometraje de Rejtman, Rapado (1992), que es considerada para muchos como fundacional del “Nuevo Cine Argentino”, Suárez actúa de Estrella Roja, banda ficcional que interpreta la canción emblema de la película. Pero antes de musicalizar Rapado y de interpretar a Silvia Prieto, Bléfari fue Doli, la protagonista del primer corto del director, Doli vuelve a casa (1984).

¿Cómo conociste a Martín Rejtman?
- Entre los 15 y los 22 años me juntaba con un grupo de amigos que para mí fue como hacer una carrera, esa fue mi universidad, era rendir examen todo el tiempo. Estudiaba, hacía un esfuerzo del orgullo para poder hablar con ellos sobre lo que hice el fin de semana, cómo se llamaban los actores de la obra que fui a ver y demás. Estaba esa competencia de - Yo leí el Ullyses de Joyce - ¿Lo terminaste? Yo sí, ¿qué dice en el capítulo 4?  En realidad nos encantaba, no había que hacerlo, pero para disfrutar de esa salsa, todos teníamos que haber leído, haber visto esas películas. Puedo decir que me formé con mis compañeros de generación que, en general, eran pintores o fotógrafos, más de las visuales. Martín Rejtman le propone a mi novio de ese momento un corto que estaba haciendo. Así nos conocimos.

El novio de ese momento y compañero de escena en el corto es el pintor Martín Reyna, actualmente radicado en París, cuya filosofía de trabajo es «cuando pinto, pienso en pintura». Muy similar a la de Rejtman que considera que «el cine es el cine, la realidad es la realidad». Ni más ni menos.
 «Lo acompañé a mi novio a una entrevista que tenía con Martín que quería contarle de la película que estaba haciendo y cuando voy a buscarlo, Martín dice ella podría hacer de Doli y ahí hicimos Doli vuelve a casa, su primer corto fuera del sistema educativo. Al poco tiempo trabajamos en Rapado, pero antes iba a hacer otra película, que se llama Sistema Español, pero a la semana de grabar se frustró, y después vino Silvia Prieto, porque Martín sentía que había quedado pendiente eso de trabajar juntos», cuenta Bléfari sobre sus incursiones cinematográficas.

El actual cine argentino tiene mucho que ver con la ruptura que hizo Rejtman en los ‘90 y de la que vos fuiste parte
- Yo no manejaba el código de esa época, antes de Martín eran otros directores, no existía el cine independiente, en las producciones había dinero de por medio, muchos intereses, ser famoso, estar o no. Yo no coincidía con el tipo de chica que elegían en los castings y el camino no se me facilitaba por mi carácter. Yo no iba en una onda femme fatale ni mucho menos, sino como 'uy, voy a grabar una película', cero histeria. Hoy es completamente distinto, me siento mucho más afín al cine y al teatro hoy y pienso ojalá me hubiera tocado este cine o este teatro cuando empecé.

Y en el ambiente de la música pasaba algo similar. El modelo productivo dictaba que si no tenías una compañía, no podías grabar tu disco. Nuevamente la problemática de ser elegido, de someterse a la aprobación: «Cuando todavía no me dedicaba de lleno a la música, vi el fin de la etapa donde yo no hubiese podido hacer nada, Suárez no hubiera existido, ni ninguna de las bandas de esa época. (Daniel) Melero empezó a aparecer en los cassettes con un sello que se llamaba Catálogo Incierto y editaba algunas cosas, era un atisbo de lo que podía llegar a ser. Después viene el CD con esa cuestión tecnológica que facilita la fabricación y nos permite autogestionarnos», explica.
 Lo llamativo es que Suárez no salió de Buenos Aires, de un ambiente reducido, pero sí estuvieron de gira en España. A pesar de que Bléfari insiste en que su música podría haberle gustado a todo el mundo, su banda se mantuvo siempre en los márgenes, transitando la vía de “lo inclasificable”.
Dentro del incipiente Nuevo Rock -con Los Brujos y Peligrosos Gorriones como los abanderados- «evidentemente alguien no nos veía dentro del mismo panorama», dice Bléfari, ya que jamás los llamaron para tocar en los festivales que se organizaban en Córdoba y en Rosario.

¿Cuánto les pesó lo de ser considerados “inclasificables”?
- Reconozco ese peso, pero yo no me siento tan inclasificable, eso me da un poco bronca. Yo hago canciones que gracias a Dios son únicas tal vez, pero no son rarísimas, no me siento de ese palo. En un punto veo que el precio de cierto grado de lo inclasificable es lo de estar en el borde de algo donde está la canción y que no es la canción típica. Además soy una chica, capaz que si fuese hombre sería más publicable, tal vez es lo que pasaba con Suárez. Nunca fue que dijimos no, nunca nos enteramos ni siquiera quién lo organizaba y podés pensar ay no te hagas la boluda, ¡pero es verdad!  Hasta el día de hoy nunca supimos y después nos decían ustedes son el nuevo rock.

***

Rosario Bléfari siente que no hace todo lo que podría hacer. Su antojo textual favorito son las listas, una costumbre que adoptó en la época en la que trabajaba como asistente de Hugo Biagini, Historiador de las Ideas e investigador del CONICET. Confiesa que todas las noches se va a dormir con la sensación de que todavía le quedaron muchas cosas por tachar: «Termina el día, taché tres y me quedan diez. Pongo todos en la misma lista y todos los días vuelvo a armarla. Es un vicio, pero no quiero hacer ese personaje ridículo que le gusta pensar que tiene tantas cosas que hacer y que no llega, ¡me angustia!».

¿Te sentís cómoda como referente de la autogestión?
- No me siento un ejemplo de cómo hay que hacer estas cosas, las voy haciendo sobre la marcha, es parte de la autogestión. Veo a otros como Carlitos (Nekro / Boom Boom Kid) que me parecen mucho más ejemplo porque hace las mil y unas: es su mejor sello, su mejor manager… tiene su manager, pero es él en realidad. Pienso que yo no soy nada que ver y no sé cómo hace en realidad. Tiene que ver con una definición muy clara de lo que es y lo que hace, y la atención permanente de todos esos componentes. Yo muchas veces voy a tocar y me olvido de llevar los discos, terminamos y mi guitarrista me dice “no te olvides de decir traje discos”, y me olvido. Hay como cierto pudor con eso de vender.

¿Y qué creés que falla en los proyectos autogestionados?
- Te puedo decir lo que falla en mí… algo de la organización o cómo creer en ciertas cosas. También la clasificación porque si vos estás definido en algo y todo cierra en un código, es más fácil de llevar adelante como proyecto. Es como decir “manteca”: viene en un paquete plateado, es rectangular… pero si viene de forma redonda se va a complicar, la gente va a pasar por la góndola y no se va a dar cuenta que eso es manteca.

¿Ser independientes fue una decisión?
- A mí nunca me ofrecieron comprarme nada. Ni lo considero. La parte de gestión me pesa, lo hago como puedo y reconozco que no tengo talento para eso, ni para memorizar datos, ni para una organización estratégica rápida. Pero si vos me decís hacé una canción en una hora, yo te la hago y va a estar buena, sé que lo puedo hacer.

Publicado en Dadá Mini #17- «Lo urgente mata lo importante» - 2011

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