“El dengue llegó para quedarse”, es la frase impresa que impera en varios diarios del país y la que más se escucha en noticieros e informativos. Sí grave y problemático, pero ninguna primicia ni novedad, lo mismo hizo hace ya casi diez años y en la forma de un perro.
Apareció un día sin que lo llamen y se acomodó en un rincón de la entrada de casa entre las hortensias del cantero. En un principio no sabíamos porqué insistía en quedarse siendo que ninguno de nosotros le guardaba cariño alguno y tampoco él a nosotros, hasta que descubrimos que Papá lo alimentaba a escondidas y de los más exquisitos restos de asado. Incluso fue él quien lo bautizó “Dengue”, aludiendo al bailecito en dos patas que “el Dengue” le dedicaba cada vez que lo veía llegar en su Ford Falcon gris, ya que resulta que en los `90 menemistas, la palabra “dengue” sonaba más bien a movimiento de cadera canina que a enfermedad causada por un virus y transmitida por la picadura del mosquito Aedes Aegypti. Mi hermano F. sugirió “Indi” (por “Indigente”), pero la moción fue rechazada espontáneamente por el resto de los integrantes de la familia, los que naturalmente pronunciábamos “el Dengue” cada vez que queríamos referirnos al perro invasor.
Papá siempre fue un especialista en eso de los apodos y su capacidad innata e inconsciente de practicar el marketing, provocó que nos sumemos a su manera de llamar al perro. “Dengue” sonaba a una mezcla entre lo festivo, el “merengue”, lo divertido, burlón; y, por otro lado, remitía a amenaza, invasión, algo así como una fuerza desconocida que se infiltra en un ambiente.
“El Dengue” se colaba adentro de casa y nos gruñía desde abajo de los sillones, atormentaba a nuestro coquer maricón y abusaba sexualmente de nuestra perra, destrozaba las plantas que Mamá plantaba con tanto empeño y, para colmo, era horrible. Hasta Papá estaba harto de él y al cabo de un año de permanencia dejó de ser gracioso.
Mis hermanos F. y J. procedieron a deshacerse de él por las buenas y lo llevaron hasta el Arco de Córdoba para soltarlo ahí y que viva silvestre tal como había nacido. “El Dengue” caminó los 10 kilómetros de vuelta y a los pocos días estaba en la puerta de casa nuevamente.
Hubo un 2do intento en el cual lo metieron dentro de una valija (supuestamente para que no pueda ver el camino de ida desde la ventana y confeccionar el mapa mental para la vuelta - el delirio nos llevó a pensar que el diabólico perro razonaba), esta vez lo abandonaron aún más lejos y Villa Allende fue el destino. Mientras tanto, mis hermanas M., W. y yo entonábamos guitarra en mano la improvisada canción “Deeengue, Deeengue, entraaa a la valiiija”.
Cinco días después, Mamá una mañana nos desafió con un “adivinen quién está en la puerta...”. Nadie lo adivinó porque no podíamos creerlo: “El Dengue” estaba ahí moviendo su hedionda cola. Resignación y aceptación, esas fueron nuestras opciones. “El Dengue” definitivamente no quería irse de casa y nosotros ya no teníamos nada que hacer en contra de su férrea voluntad.
El perro fue incluso apuñalado con un Tramontina durante un arrebato instintivo de Mamá por defender al coquer maricón que, apresado entre los colmillos del can asesino, la “miraba como pidiendo auxilio” (frase expresa de Mamá a la hora de excusarse por semejante exabrupto). “El Dengue” chilló, pero siguió vivito y coleando con un tajo en el lomo. Parece ser que, además de detestable, era inmortal.
Pero un buen día desapareció y no volvió más. Y obviamente nadie lamentó su ausencia.
Apareció un día sin que lo llamen y se acomodó en un rincón de la entrada de casa entre las hortensias del cantero. En un principio no sabíamos porqué insistía en quedarse siendo que ninguno de nosotros le guardaba cariño alguno y tampoco él a nosotros, hasta que descubrimos que Papá lo alimentaba a escondidas y de los más exquisitos restos de asado. Incluso fue él quien lo bautizó “Dengue”, aludiendo al bailecito en dos patas que “el Dengue” le dedicaba cada vez que lo veía llegar en su Ford Falcon gris, ya que resulta que en los `90 menemistas, la palabra “dengue” sonaba más bien a movimiento de cadera canina que a enfermedad causada por un virus y transmitida por la picadura del mosquito Aedes Aegypti. Mi hermano F. sugirió “Indi” (por “Indigente”), pero la moción fue rechazada espontáneamente por el resto de los integrantes de la familia, los que naturalmente pronunciábamos “el Dengue” cada vez que queríamos referirnos al perro invasor.
Papá siempre fue un especialista en eso de los apodos y su capacidad innata e inconsciente de practicar el marketing, provocó que nos sumemos a su manera de llamar al perro. “Dengue” sonaba a una mezcla entre lo festivo, el “merengue”, lo divertido, burlón; y, por otro lado, remitía a amenaza, invasión, algo así como una fuerza desconocida que se infiltra en un ambiente.
“El Dengue” se colaba adentro de casa y nos gruñía desde abajo de los sillones, atormentaba a nuestro coquer maricón y abusaba sexualmente de nuestra perra, destrozaba las plantas que Mamá plantaba con tanto empeño y, para colmo, era horrible. Hasta Papá estaba harto de él y al cabo de un año de permanencia dejó de ser gracioso.
Mis hermanos F. y J. procedieron a deshacerse de él por las buenas y lo llevaron hasta el Arco de Córdoba para soltarlo ahí y que viva silvestre tal como había nacido. “El Dengue” caminó los 10 kilómetros de vuelta y a los pocos días estaba en la puerta de casa nuevamente.
Hubo un 2do intento en el cual lo metieron dentro de una valija (supuestamente para que no pueda ver el camino de ida desde la ventana y confeccionar el mapa mental para la vuelta - el delirio nos llevó a pensar que el diabólico perro razonaba), esta vez lo abandonaron aún más lejos y Villa Allende fue el destino. Mientras tanto, mis hermanas M., W. y yo entonábamos guitarra en mano la improvisada canción “Deeengue, Deeengue, entraaa a la valiiija”.
Cinco días después, Mamá una mañana nos desafió con un “adivinen quién está en la puerta...”. Nadie lo adivinó porque no podíamos creerlo: “El Dengue” estaba ahí moviendo su hedionda cola. Resignación y aceptación, esas fueron nuestras opciones. “El Dengue” definitivamente no quería irse de casa y nosotros ya no teníamos nada que hacer en contra de su férrea voluntad.
El perro fue incluso apuñalado con un Tramontina durante un arrebato instintivo de Mamá por defender al coquer maricón que, apresado entre los colmillos del can asesino, la “miraba como pidiendo auxilio” (frase expresa de Mamá a la hora de excusarse por semejante exabrupto). “El Dengue” chilló, pero siguió vivito y coleando con un tajo en el lomo. Parece ser que, además de detestable, era inmortal.
Pero un buen día desapareció y no volvió más. Y obviamente nadie lamentó su ausencia.
Ahora el detestable es el mosquito que está picando a la gente y enfermándolos con el dengue, que no es precisamente ni un perro, ni un baile de alegría. Ya son casi 10.000 las personas infectadas y más detestables aún son los dirigentes como Sandra Mendoza - ministro de Salud de Chaco y mujer del gobernador de la misma provincia- quien asegura que quien tiene la culpa de semejante epidemia es, nada más y nada menos que “el mosquito”.
Si anoche dormiste con la ventana abierta, te olvidaste de poner repelente, despertaste con unas picaduras rositas a la altura del tobillo - las clásicas - y tenés claro que ningún ministerio, y mucho menos el Gobierno, van a ocuparse de las condiciones sanitarias de tu ciudad, de gestionar un plan de prevención y tampoco del estado de tu salud frente a una epidemia como ésta, pinchá acá para por lo menos contar con más información respecto al dengue y saber qué hacer al respecto (la enfermedad claro, sobre el perro aún desconocemos su paradero) .
Si anoche dormiste con la ventana abierta, te olvidaste de poner repelente, despertaste con unas picaduras rositas a la altura del tobillo - las clásicas - y tenés claro que ningún ministerio, y mucho menos el Gobierno, van a ocuparse de las condiciones sanitarias de tu ciudad, de gestionar un plan de prevención y tampoco del estado de tu salud frente a una epidemia como ésta, pinchá acá para por lo menos contar con más información respecto al dengue y saber qué hacer al respecto (la enfermedad claro, sobre el perro aún desconocemos su paradero) .
Me hizo acordar a cuando "el negro s." (También conocido como "el semental" de Barrio Jardín) entrado en sus últimos años de vida y abandonado en el humilde hogar de una familia en Barrio Primero de Mayo (colindante con Malagueño, camino a C. Paz) decidió mudarse al exclusivo barrio Las Delicias en busca de un mayor confort, relax y nennaaas con buen pedigrí.
ResponderEliminarLuego, no conforme al 100% con las comodidades brindadas, emprendió su glorioso regreso hasta su morada originaria (B. Jardín)
Hay perros que son humanos disfrazados...
alfon
yo tenía un perro que se llamaba Gunter y corrió 25.000 km de espalda sólo para reencontrarse con un amigo que había conocido en el servicio militar, en serio, era un perro loco... después, un día, salió por la puerta de atrás y desenterro un hueso... que loco este Gunter!! y cuando era viejo, conoció los placeres del mar; y contruyó un modelo de apreciación de paralelepipedos sin saber, si quiera, qué era lo que nosotros escondíamos en el ropero! jaja, que loco este Gunter!!
ResponderEliminarmi mamá le decía Gunter-rabanito, y ahí se termina el cuento...
gj
Perros... perros eran los de Barrio Jardín !!! Históricos personajes: la Cowa, el Negro, el Tincho, el Timmy (el caniche epiléptico de los Goya), el Duque, el Coli.. eran los dueños de la calle... ahora mandan los cacos y los exhibicionistas.
ResponderEliminarla cowa era la única perra??
ResponderEliminarguauuuuuuu
todo barrio jardín atrás de la única perra!!...
típico...
(sin animo de ofender a los barriojardinenses)
el dengue esta hypeado!:D
ResponderEliminarche de una te paso el archivo y lo podes plotear a ese dibujo
recien lo veo y pienso
falta la palabra " llegar"? porque dice "imagina hasta donde puedes " ... hara falta?
jojo q historia con el perrengue!
ResponderEliminarQue vida de perros que nos procura esta impresentable de Mendoza.
ResponderEliminarMi perro baila merengue en sus ratos libres, lo ví después de unos chinos.
Besos y cosas cochinas.
Paulo