Se encontraron a la salida de un cine de dudosas proyecciones y, como si la hubiesen usado sólo para registrar los bolsillos, se estrecharon la mano a modo de amistoso saludo. Puajjj.
Unas cuadras más allá, en un cine de conocida reputación que proyecta aquello que se publica como gran estreno en los matutinos, ingresábamos a la sala 12. Soportamos durante casi dos horas una de esas películas completamente olvidables y que uno no se reprocha ver si la encuentra en el cable un martes a la noche, pero sí es reprochable en este caso en el que uno se traslada hasta el lugar y, encima, abona una cuantiosa suma para ver una porquería. Lo peor de todo es que uno fue por propia voluntad.
Será que ya no digiero estas comedias tan básicas y plagadas de clichés o que estoy mala onda y que la musiquita de “ahora las cosas salen bien y somos todos amigos” ya no me la banco y mucho menos la de “ahora está todo mal y los personajes secundarios nos sentimos desilusionados de la protagonista, la odiamos” (para que hablar del final con el esperado beso entre la protagonista y el galán).
¿Qué le pasó a Renée Zellweger en la cara?, me preguntaba a medida que avanzaba la película y me resultó muchísimo más interesante averiguar aquello que el final de la historia que protagonizaba.
Para la próxima ya sé, me voy al cine del frente, que me queda mucho más cerca, es “Ideal” y donde, además de valorizar un género distinto, puedo hacer amigos a la salida que nos quieren tal y cual somos. Recocómendable.
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