jueves, 3 de enero de 2013

Las hermanas juegan





Las hermanas en el sótano ríen en voz baja. No quieren despertar a nadie, ni que se enteren que están jugando y no duermen. Es la hora de la siesta y adentro está fresquito. Descubren una bola espejada donde se reflejan como en un ojo de pez. Practican piruetas y gestos ridículos para desafiar la imagen que les devuelve.
De lejos, la forma se mantiene inalterable. De cerca, psicodelia y distorsión como en la película de Robert Wiene que vieron el domingo en el Grand Splendid.
La bola se les escapa de las manos, rueda por el parquet y el sonido les recuerda al bowling. Una de las hermanas se calza los zapatos para estar al tono. La otra busca la cámara, para disparar en el momento preciso.
Como el aleph en el sótano de la calle Garay, la bola es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos, donde están todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de luz.
Ellas lo saben, y en el fresco rumor de la siesta, ajenas a los mandatos y la abulia familiar, las hermanas descubren un mundo en el sótano donde los universos se condensan, se proyectan y se ven desde todos los ángulos. Ríen en voz baja para no despertar a nadie, es un secreto.


* Este texto sobre la foto de Anne Marie Heinrich fue parte de la muestra "... o el dilema de la visibilidad" (2012) en el Museo Genaro Pérez (CBA) del Colectivo curatorial del Cepia Artes Visuales. 

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