miércoles, 2 de septiembre de 2009

Uno-Diez, por favor


A pesar de que siempre evité la tentación de escribir acerca de, las ya por todos conocidas, experiencias en el transporte público, los hechos se me arrojaron encima de modo tal que sucumbí y me fue, justamente, inevitable.
Hay que reconocer que subte, colectivo, tren y demás son, indudablemente, el espacio de socialización por excelencia donde se suceden situaciones que, si bien cotidianas, ponen sutilmente en evidencia tanto las mezquindades como las generosidades propias y ajenas y de los “conocidos” con los cuales tenemos que compartir el viaje (a veces todos los días y sin siquiera saludarnos).
Martín Caparrós alguna vez comparó el bondi con una coctelera y, ya dentro de un tranvía, Roberto Arlt "carpeteaba" el desdén con que una nena trataba a su novio cara de zanahoria a la que el autor aconsejaba estar atenti.
Definitivamente el transporte público causa sensación y acaba inspirando y siendo fuente de las historias más desopilantes.
Tres clases de experiencias fueron los puntapiés iniciales, que en realidad se convirtieron en algo así como sucesivas patadas.
Hace días que espero el 59 de vuelta a casa acompañada por la “Señora Celadora” y he sido testigo en severas oportunidades de cómo ajustició a aquellos que osaran toser sin taparse la boca, soplar moco tapándose una fosa y pobre de aquel que se le ocurrió soltar así como así un esputo en la vereda. A todos y cada uno de ellos hubo de regañar aduciendo a razones de salud, buen gusto y modales. Todos y cada uno de ellos, fieles a su estilo, la mandaron a la mismísima mierda.
Fue en el 152 cuando una mujer a los gritos y a mis espaldas soltó unos "hay gente que no conoce las reglas de la buena educación" aludiendo a un señor con la misma cara de zanahoria que el novio de la chica atenti de Arlt que estaba cómodamente sentado mientras una señora de unos 70 años colgaba de los agarraderos amarillos. Una vez que se dio por aludido no levantó, sin embargo, sus posaderas del asiento, sino que exhibió violentamente, y a los ojos de todos aquellos presentes, las pruebas de la razón de su falta de atino: una radiografía que, según el susodicho, evidenciaba un agonizante pinzamiento de columna. Todos nos dimos por enterados y la mujer, en un arrebato de complicidad con su espontánea aliada que resulté ser yo, me guiñaba el ojo y hacía girar su dedo sobre la sien aludiendo a "este chavo está loco".
Pero mi preferida fue Chus - vamos a bautizarla de algún modo alusivo - quien me atosigó a preguntas desde el mismísimo instante en que se desocupó el asiento contiguo. Chus quería saber si yo estudiaba música, respondí un amable "no, comunicación" y retomé la lectura. Minutos después se le ocurrió preguntarme qué leía, le contesté "cuentos" y no contenta con ello, Chus incurrió en la pregunta "¿de terror?", para rematarla con un "¿y? ¿son buenos?".
¿Cómo iba a explicarle a esa mujer que justo ese mediodía se me ocurrió repasar en el subte las historias del fanzine "Anécdotas sexuales bochornosas contadas por sus protagonistas"?

4 comentarios:

  1. Co:
    me van a despedir de mi laburo por reirme a carcajadas. Me encantó. Amo lo que escribís. Quiero mas!!!.

    ResponderEliminar
  2. jajajaja muy buena!
    Nunca me pasó, ojalá nunca me pase que una viejita me bombardee de preguntas.
    Pasa por nuestro blog cuando tengas ganas :)
    Nosotras tambiene studiamos comunicación, capas nos aconsejas algo.
    Saludos
    M&C

    ResponderEliminar

Comentar es gratis.