miércoles, 12 de agosto de 2009

Leí por ahí alguna vez la apreciación de no recuerdo qué autor que decía algo así como que “un semiólogo sale a caminar por la calle y resuelve juegos de significados y significantes en cada esquina”.
Se refería a que, aquel afecto a la disciplina semiótica, encuentra signos por doquier y se hace un festín si acaso se le ocurre resolver las intrincadas adivinanzas que propone el paisaje urbano.
“La ciudad no sólo funciona, también comunica”, explica Margulis en Sociología de la cultura y lo refuerza con una nota al pie de Eco agregando que “disfrutamos de la arquitectura como acto de comunicación, sin excluir su funcionalidad”.
Resulta entonces que es verdad eso que la ciudad puede leerse como un texto, cual “escritura colectiva” susceptible de ser decodificada por medio de sus calles, edificios, movimientos y hasta en los comportamientos de sus habitantes que reflejará un mundo de significaciones compartidas y construidas a lo largo de la historia.

Convencida de todo aquello, salgo a caminar por la cintura cósmica de la ciudad para toparme con sus signos, apelando al vagabundeo con espíritu abierto y perceptivo cual flâneur a lo Walter Benjamin descifrando París en 1930. O más bien uno de esos clochards con lo que entablaba diálogos y demases la Maga de Cortázar. Y justamente ahí radica el primer error, porque esto es Buenos Aires y aquello es París y por estos lares la ciudad es ilegible a juzgar por una letra cursiva apurada, tachoneada, de tinta volcada y con imágenes que se confunden unas con otras.
No hay renglones, las tipografías varían metro a metro, todo es confusión, ruido, chapitas incrustadas en el asfalto, paredes escrachadas con fibrón, chicles pegados en el cordón de la vereda y cigarrillos a medio fumar esparcidos por las baldosas que sostienen el poste de parada de colectivos.
Lo preocupante de la situación es que los ciudadanos incorporan a su manera de socialización los peculiares modos de tiempo y de espacio, de movimientos, de ritmos y velocidades del lugar donde se suceden sus existencias,es decir, la ciudad. Deducimos entonces que desprolijos, sucios, impacientes, intolerantes y despreocupados por el bien común serán estos seres.
El apocalipsis sobrevendrá el día en que los vea deambular con rayones por todo el cuerpo, con chapitas aplastadas en la frente, escupiendo chicles masticados por la nariz y que de la boca les emanen sonidos de corneta en vez de palabras.

Un semiólogo sale a caminar por la calle, vuelve a su casa tosiendo humo y gritando a los cuatro vientos ¡¿pero qué carajo significa todo esto?!

10 comentarios:

  1. Ah... que gratificante... justo cuando pensé que ya nadie leía mi blog. Gracias, muchas gracias Eduardo Roldán. Ahora me voy a tatuar tu nombre en mi nalga derecha.

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  2. Jajaj!! Muchas gracias a vos Cocó Muro Garlot! Che interesante lo de la revista...!iá te escribo! Siga con sus escritos y suerte con el tatoo!

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  3. Si Buenos Aires comunica ... digamos, estamos hablando de mensajes subliminales al estilo: "mátalos a todos". La gente anda muy violenta ... Ojo, también pueden ser los efectos retardados de escuchar el cassette de Xuxa a una edad temprana. ¿Vos lograste dar vuelta a cinta? aaahhhhhhhhh! Yo tampoco.

    Firma: Coca Cola

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  4. Y te digo más ... punto.

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  5. Es Semiosis infinita, según C.S. peirce :) Y de la más interesante, simbología latinoamericana.

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  6. Exactamente Azul, porque este amor es azul como el mar azul.
    Mi hermana me arruinó un casette de mi por entonces amada Xuxa para corroborar el rumor, nunca se lo voy a perdonar.

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  7. Buenísimo. Me hizo acordar al cole cuando nos preguntaban:¿Les gustaría que le rayen la frente con un compás?..bueno, al escritorio tampoco.

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  8. Cocó, soy diego fernández. Pasé a ponerme al día con tus cuentos y, sin restar valor al conjunto del blog, que por cierto está muy bueno, éste me parece que es mi preferido. Me encantó, tiene mucho humor. Besos, nos mantenemos en contacto.

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