La primera vez que recuerdo haber pensado y haber sido consciente que estaba pensando fue a los cinco años sentada dentro de la pileta para chicos del complejo Canajuré en Brasil. Perdí la mirada y empecé a pensar. Pensé en el viaje de ida, rememoré hasta los más ínfimos detalles. Pensé en mi abuelo, en mi abuela, en mi tía Amelia. Imaginé sus caras. Pude sentir, pensándolos, cuánto los quería. Y cuando alguien se me acercó a preguntarme si estaba bien, me distrajo del absorto y me di cuenta que estaba pensando.
Y pensar que todavía pienso lo mismo.
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