martes, 4 de enero de 2011

Los Pies Descalzos No Son Sólo de Shakira


En Barrio Jardín Espinosa no hay veredas y caminamos por el medio de la calle. Las mismas que sin sus nombres no perderían ubicación geográfica ya que las referencias son «la esquina de Goya», «la casa de la loma», «las Monjas», «el pasaje» y «la plaza de Mamerto», entre tantas otras. Nunca nos preguntamos quién fue Cornelio Pino y no nos importó jamás que Inca Manco y Manco Capac hayan sido la misma persona y ahora, denominación para dos calles distintas.
Si andar en patas por la calle hubiese sido un delito, íbamos todos presos.
En primavera las flores lilas de Jacarandá se pegaban a la planta de los pies y los guardias de esos nuevos supermercados nos echaban de las instalaciones por escurrirnos descalzos entre las góndolas. En febrero, carnaval era una fiesta, no teníamos miramientos con nadie, ya sea por edad, condición física o elegancia: bombuchazos y baldazos para todo el mundo. Hasta teníamos identificadas las canillas que tenían dueños generosos y las que no.
Hoy hay dos Barrio Jardín Espinosa. El actual, ubicado "a sólo 10 minutos del centro", con countrys y barrios cerrados, con un mall lleno de locales comerciales, calles asfaltadas y en el que hay que mirar para los dos lados antes de cruzar.
Pero todavía nos queda el nuestro, donde la excursión al exterior dependía de un 50; donde un club de paddle fue un boom, pero no por su proliferación de socios, sino por la detonación de una bomba casera; donde era posible hacer unos pesos en Pascua vendiendo huevos puerta a puerta, a pesar de su dudoso chocolate; donde los humanizados perros estaban a la par de sus dueños y al mismo tiempo no eran de nadie; donde las barritas no ocupaban esquinas, sino plazas y luego adoptaban un nombre para escrachar las paredes con aerosol y que nos enteremos; donde una Lumina era en realidad un rastrojero que podía encenderse con una moneda, un cordón de zapatilla o un tenedor y donde el menú de la tarde eran criollos con coca.
El mismo barrio donde Carmelo repartía la leche, Chacho servía sus milanesas, Bruno pesaba su verdura y nosotros salíamos a callejear, por esa imperiosa necesidad de sacarnos las zapatillas y sentir el barrio a nuestros pies.


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