La importancia de las primeras impresiones. O bien, las sensaciones primarias.
Sin caer en el lugar común de que la primera impresión es la que vale y más allá del orden de los factores, que en este casi sí altera el producto, me refiero al sentimiento original a los que auténticamente produjo como reacción tal o cual situación.
Es decir... a ver... doctor, formú-le-me-lo.
La primera vez que uno conoce a alguien.
Quizás ni recuerda en la posteridad o quizás sí, y allí radica la importancia del ejercicio, ¿qué recuerda? ¿qué imagen tiene hoy de aquella persona?
La primera vez que lo vi a A. gusté de él porque me hacía acordar a otro chico que me había gustado antes. Hace poco volví a ver a ese chico que me gustaba antes y me hizo acordar a A., es decir, tomando al otro como referencia. Y pensé "ah... con razón".
Tenía 13 años. O 14, eso no es importante.
Me pasaba tardes enteras metida en mi cuarto rodeada de pinceles, acrílicos de colores, tijera, lápices Carandache, revistas y plasticola en barra. Confeccionaba y diseñaba tapas de CDs grabados que después regalaba a quien corresponda. La pasaba genial, por cierto.
Escuchaba el disco en cuestión y lo que me inspiraba era luego la portada que diseñaba.
Al tiempo abandoné el hábito y no recuerdo exactamente porqué ni qué fue lo que me hizo olvidar que disfrutaba enormemente de aquella actividad del collage y la pintura, independientemente que los resultados fuesen unos fiascos rutilantes.
Para mi último cumpleaños, mi hermano J. me regaló un libro enorme: "A Todo Volumen, Historia de Tapas del Rock Argentino". Fui fan. Recorriendo sus páginas se despertó dentro de mí toda esa sensación primaria que tenía archivada y tuve una oleada de felicidad puber.
A esa misma es a la que me refiero y sugiero no postergarla, porque es la original.
Son casi las doce y yo sigo tomando café en el bar frente a la oficina. Siempre me gustaron mucho los cafés del centro. Pasión heredada de papá que, cuando iba al primario en Santa Rosa y Fragueiro, me llevaba a desayunar con él al bar Sorocabana frente a Plaza San Martín.
Pedía lo mismo cada vez: jugo de naranja y tostado para mí, y un expresso y La Voz del Interior para él. Ahí va un recuerdo con sensación primaria incorporada.
Y no quiero que mi vida se parta al medio, quiero que se quede entera desde el comienzo hasta el final. El sentimiento primario es el fin último.
Gracias J., nadie nunca antes me había regalado un atisbo de sensación primaria, en formato lomo cuadrado.
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