El espejo del ascensor se ha convertido en mi más íntimo confesor.
Le hablo, le canto, le hago caras para chequear mis expresiones faciales y me excuso con él cuando hice o dije algo que no sonó del todo bien.
Muchas veces consulto con él si debería llamar o no y si lo que estoy haciendo es lo correcto. Pero no me conformo con su estoicismo e indiferencia y le cuestiono también su capacidad de respuesta ante tanto silencio y desatino para luego culparme a mi misma por actitudes sospechosamente desequilibradas.
Siete pisos compartimos, lo cual en tiempos de reloj son algo así como doce segundos. Doce segundos de catarsis y liberación. Salgo al pallier lista para enfrentar mi día que empieza más temprano de lo que me gustaría que empiece, lo cual provoca una más profunda reflexión acerca de la soledad y sus fantásticas ventajas radicando la más importante en esto de no tener que dar explicaciones a nadie. Ni al espejo del ascensor.
Había una mina que le preguntaba cosas del tipo "quién es la más linda" y mirá cómo terminó. Yo que vos, me compro uno de mano.
ResponderEliminarMmm...no sé si me animo a un amigo taaann sincero.
ResponderEliminarLa primera observación que puedo hacer es que la luz del ascensor es cruel: demasiado potente y cercana. La imagen mía en el ascensor es como 5 años mayor que la que me devuelve cualquier otro espejo regular.
ResponderEliminarPor otro lado, hay que tener cuidado. La soledad del ascensor puede ser interrumpida por la vieja del 3ero. en mitas de una morisqueta.
Correcto. Ayer me pasó. Estabale cantando y bailandole reggaeton con todo lo que eso implica y fui sorprendida por una de esas. Ensayé la famosa cara de lata.
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