Todos tenemos a veces la secreta sensación de que este estilo de vida que llevamos no nos convence del todo. Como un pantalón que no te queda cómodo y el cierre en realidad, no cierra. Como si esta vida no hubiera sido diseñada para nosotros o nosotros no hubiéramos sido diseñados para esta vida.
La mente humana evolucionó y hasta tomó forma definitiva en un ambiente totalmente distinto al que habitamos hoy. Nuestros cuerpos y nuestras cerebros son muy parecidos a los de los hombres de hace diez mil años, pero nuestra vida es totalmente distinta.
Las costumbres de las personas ya no remiten a un tipo de sociedad y a un lugar geográfico, sino más bien a pautas que corresponden a un mundo no palpable en el cual se confunden las fronteras entre el mundo de la fabulación y el real. El modo de vida de varios grupos sociales alrededor del mundo es hoy desterritorializado, aislado e incomunicado.
Los mensajes, los símbolos, las ideas e incluso la cultura, circulan libremente en redes desconectadas de este o aquel lugar como bienes de consumo, obsoletos y formateados para escaparate de tienda en día de descuento.
Ya no hay religión que alcance, ni creencia en la que encontrar sosiego, nada sirve para unificar las mentes y hacernos sentir parte de algo en común que contenga nuestras emociones, necesidades y deseos.
Convivimos todos en una especie de ciudad global articulada dentro del sistema capitalista mundial, en la que estamos entre nosotros muy próximos pero lejanos a la vez. Las distancias se acortaron a tal punto que ya no tendría sentido afirmar su existencia, hablando en términos extremistas.
La individualidad nos hace creer que somos el centro del mismísimo universo, pero a la vez, sufrimos esa sensación de soledad al darnos cuenta de lo mínimo que representamos como sujetos miembros y aislados en un mundo globalizado y heterogéneo.
Al informatizarse los servicios y los hogares, la vida de la urbe toma un nuevo rumbo: es configurada por una lluvia de mensajes que hacen que estemos más “informados”, pero menos comunicados.
El espacio no ha sido vaciado, sino que ha sido ocupado por otros componentes que quizás no son familiares para nuestra especie y es por esa misma razón que por momentos sentimos que no pertenecemos al mismo. Los espacios se mezclan, determinando espacios de otra naturaleza.
Las personas tratan de buscar su identidad siguiendo modelos que creen ser los más adecuados para reconocerse, sin darse cuenta que los mismos son producto de aquello que repudian.
Ser auténtico, hoy en día, no es tarea fácil.