
Estamos todos inmersos en esta bolsa amniótica que es la comunicación. Respiramos, comemos, en fin, vivimos adentro de ella y ahí es donde se gestan todas las relaciones interpersonales que entablamos todos los días.
Compartir un universo implica hablar el mismo idioma y no me refiero precisamente a las lenguas características de cada zona geográfica, sino entenderse. El diálogo es entonces la habilidad que nos permite asimilar las ideas ajenas con una comprensión tal que hasta nos da la posibilidad de ponernos en el lugar del otro para entenderlo.
Tres tipos de mundo son los que se conjugan en este intercambio (obviando los que van desde el 1ero al 3ero, divididos por razones económicas y políticas): el mundo objetivo, el subjetivo y el de la lengua.
Compartir un universo implica hablar el mismo idioma y no me refiero precisamente a las lenguas características de cada zona geográfica, sino entenderse. El diálogo es entonces la habilidad que nos permite asimilar las ideas ajenas con una comprensión tal que hasta nos da la posibilidad de ponernos en el lugar del otro para entenderlo.
Tres tipos de mundo son los que se conjugan en este intercambio (obviando los que van desde el 1ero al 3ero, divididos por razones económicas y políticas): el mundo objetivo, el subjetivo y el de la lengua.
El primero se refiere a experiencias de mundo, es decir, objetos, lugares, personas, que resultan familiares y fácilmente reconocibles a todos. El subjetivo es aquel que refleja una intención por parte del que habla y la correspondiente predisposición del que escucha determinará el alcance. Por último, el de la lengua, trata de la decodificación de los signos, símbolos y demás formas previamente consensuadas socialmente para significar y de ese modo, transmitir.
Pero... atenerse a los desfasajes, porque si en España te acercas a una elegante tienda de ropa y pides que te muestren aquella moderna "pollera" exhibida en vidriera, probablemente la vendedora, desconcertada, creerá que lo que estas buscando en realidad es un calzoncillo para albergar alguna polla.
Entonces, para dialogar es preciso que "hablemos como el otro", adoptando la forma del tiempo, de la situación y sobretodo de ese otro partícipe de la conversación, para entendernos mejor ¿vio? Luego sino comienzan los intentos de remendar malos entendidos y es casi tan engorroso y poco auténtico como relatar un capítulo de los Simpsons.
Asi que, basta de hablar como el orto y nos dejemos de joder la re putísima madre que los parió, ¡culiados!