miércoles, 18 de enero de 2012

Shakira Encontró a Los Ladrones

Un perfil absolutamente atemporal
y mala leche.


Cuando a mediados de los ’90, apareció una tal Shakira revoleando el pelo en MTV y sacudiéndose de la cabeza décadas de etiquetamiento social, sonaba a revolución en la granja.
La colombiana de pies descalzos y pelos revueltos mordía la manzana y renunciaba al paraíso, queriendo convertir los campos en ciudad y nosotras encontrábamos por fin un modelo al cual abrazarnos entre tanta boyband y clásicos desteñidos.
Ella era la que proclamaba no creer en Marx, ni en Sartre, ni en Brian Weiss, pero sí en una “sonrisa azul”. Es decir, no creía ni en el materialismo histórico, mucho menos en la conciencia de clases, ni en el existencialismo, ni en la reencarnación. Pero las adolescentes que transitábamos los diecialgo lo entendimos todo al revés y obviamos la “sonrisa azul” que bien podría haber sido verde, el color del dólar.
Cuántas tardes ciega-sordo-muda-torpe-traste-testaruda esperando con el dedo preparado sobre la tecla REC y el cassette virgen listo para grabar sus canciones desde la radio, y después escribir sus letras aspirando a la Gloria en cuaderno Rivadavia.
Coreando Pies Descalzos, Sueños Blancos nosotras también queríamos ser felices sin importarnos un pepino nuestro destino. Y ese pepino fue justamente el que Shakira peló, rebanó y se lo comió en una ensalada de clichés.
En pleno cambio de centuria, la aguerrida y reivindicatoria Shakira vendió su alma al diablo: en el consagratorio MTV unplugged del año 2000, enfundada en un pantalón de cuero y con el pelo aún de un color indefinible, deslumbró a todos con sus movimientos de cadera y su “baile del vientre”, con las manos todavía embarradas.
Cuánto es lo que habrá ofrecido al diablo a cambio porque no sólo se volvió un producto más de la factoría de sonidos irritablemente comerciales, sino que ese mismo año trascendieron los rumores de su romance con Antonio de la Rúa, hijo del entonces presidente argentino que en 2001 huye en un helicóptero desde el techo de la Casa Rosada a lo Marqués de Sobremonte con el motín en el sulki en las épocas de la colonia.
Al revolucionario – y por qué no meloso –segundo disco ¿Dónde están los ladrones? (1998), le siguieron los discos bilingües Servicio de Lavandería / Laundry Service (2001), Fijación Oral / Oral Fixation Vol. 1 y Vol. 2 (2005), Loba / She Wolf (2009) y Sale El Sol (2010). Alevosos éxitos en todo el mundo y el mejor momento profesional de Shakira que probablemente haya estado desde su más tierna infancia esperando poder demostrarle a su prima Miss Colombia 2005, Valerie Domínguez, que el talento tiene más peso que la belleza.
En 2002, en una entrevista a la BBC, Shakira admitió no haber sido siempre la "hot blonde" que es ahora. Que era una gordita adolescente de pelo negro que se vestía como una gótica, y que fue rechazada del coro escolar porque su profesor decía que sonaba como una cabra. Más que cabra, en los primeros discos se la veía bien encabronada revelándose contra las autoridades escolares y empuñando una guitarra como arma moral.
En enero de 2011, Shakira anunció en su página web que después de 11 años juntos, se había separado de Antonio de la Rúa hacía casi medio año a partir de "una decisión mutua para darnos tiempo fuera de nuestra relación romántica". Sin embargo, su ex pareja sigue "trabajando en las empresas y los intereses de la carrera como lo ha hecho siempre”, ya que es su manager y representante. Al poco tiempo, las revistas del corazón y los incansables papparazzis, difunden la primicia sobre su relación con Gerard Piqué, el futbolista español del Barcelona, 7 años menor que ella. Shakira lo confirma en su Twitter con una foto y debajo la leyenda: «Les presento a mi sol».
Nuevamente la colombiana, parpadeo de por medio, pegaba el salto del 3er al 1er mundo.
Pero no todo en la vida de Shakira son los falsetes, las estrictas dietas, las tinturas capilares y los comentados romances, sino que es una verdadera embajadora de buena voluntad, tal como la nombró UNICEF por su labor en la Fundación Pies Descalzos, contra la desigualdad social en su Colombia natal.
A este reconocimiento le siguieron una mención honorífica en una ceremonia de la Organización de las Naciones Unidas, la participación en la Fundación ALAS a la cual donó más de 40 millones de dólares y la inauguración de la Institución Educativa y Centro Comunitario Fundación Pies Descalzos el día de su cumpleaños número 32.
A su vez, la misma chica que a los 8 años de edad escribió una canción titulada “Tus gafas oscuras” inspirándose en el dolor de su padre por la pérdida de un hijo, 24 años después aparecía  en un videoclip aullando como lobo encerrada en una jaula anunciando «la vida me ha dado un hambre voraz y tú apenas me das caramelos».  
Antes que con Andrea Echeverri, la Mala Rodríguez y Julieta Venegas, Shakira elige codearse con Britney Spears, Cristina Aguilera y Vanessa Hudges.
Ahora rubia, cantando en inglés, loca loca loca y pronunciando letras incomprensibles, Shakira pareciera decirnos, a lo Groucho Marx: «Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros».

Medina, Yo y Mi Otro Yo

Ignacio Molina escribe En los márgenes a través de Medina y nos preguntamos cuál de los dos es realmente así.

Durante una fiesta de casamiento en el Tigre, un lector le comenta al protagonista escritor de En los márgenes -Medina- que leyó su libro, que tuvo ganas de matarlo hasta la página 30, pero que después lo entendió. Casualmente (o no) este diálogo se da a la altura de la página 29 del libro de Molina, e inmediatamente en la siguiente, el mismo lector le pregunta intrigado a Medina: “¿Pero vos sos así?”.
Ignacio Molina se siente cómodo en el campo de lo cotidiano desde donde desdibuja el límite entre lo biográfico y lo ficticio, porque a fin de cuentas, y citando a Juan Forn, «de eso se trata la literatura: de dar a las cosas el nombre que uno cree que tienen».
En los márgenes, quinto libro de Molina después de Los estantes vacíos (cuentos, 2006), Viajemos en subte a China (poesía, 2009), Tribus urbanas (ensayo, 2009) y Los modos de ganarse la vida (novela, 2010),  se compone de una serie de textos seleccionados de su blog Unidad Funcional en el que el autor, expuesto en un yo explícito, hace entrega de unas polaroids repletas de sueños, miedos, ambiciones, su infancia en Bahía Blanca y su cotidiano existir como padre de Fausto y como escritor que recibe críticas y elogios.

El autor reconoce, en una entrevista al diario Crónica, que muchos de sus textos fueron escritos para ser publicados en su blog y que «tal vez el hecho de no ser pensados como literatura con mayúsculas (algo que nunca debería hacerse) haga que se lean de otra manera. Un amigo me dijo que si yo fuera una banda, En los márgenes sería como un disco de rarezas dentro de mi obra. Me gustó eso».
Pero cuando el relato viaja del blog hasta el libro ya no es Ignacio Molina quien nos habla, sino “Medina”, al cual le preguntan si su nombre de pila va con H, como el Horacio Olivera de Cortázar, que se anima a cambiar de lugar sus iniciales en una suerte de juego apelativo para disfrazar de parodia su propia identidad.

Medina divaga por Buenos Aires, se reconoce parte de la “última generación viva con recuerdos de los años de tiranía militar” y nos presta ejes de identificación y posibles puntos de referencia. Cruza datos, expone sus pensamientos de libre asociación y manifiesta emociones, para configurar su propia identidad como escritor, padre separado, niño herido y pasajero del 39.
Cuando en uno de los pasajes del libro se pregunta cuál es “la literatura que se mueve en los márgenes” reconoce no saberlo, observa unos obreros trabajando y ensaya una respuesta: “eso es moverse en los márgenes, pienso: trabajar a la intemperie, en el borde la cornisa, a las siete de la mañana un día lluvioso”.
Medina sueña mucho y lo repasa relatándolo – incluso cierra la crónica sobre el nacimiento de su hijo “Flavio” deslizando la posibilidad de que todo podría haber sido parte de un sueño -, y en cada relato sobrevuela la nostalgia: “la certeza de que ya nada, nunca más, volverá a ser como antes”.

Sueña mucho y no es difícil imaginarlo: en “Miedo a la oscuridad”, “La fuga” y “De cómo casi me hago millonario”, Medina se la pasa en pijama.
En “Continuidad de los kioscos”, es Molina quien pone a prueba el concepto de metaliteratura, un discurso que trata casi sobre sí mismo al narrar que se narra y poniendo en evidencia sus condiciones de producción, tal como lo hace a lo largo de todo el libro. Desde el título remite al relato circular de “Continuidad de los parques” de – otra vez – Cortázar, pero en clave tragicómica y circunscripta a la situación urbana del «voy al kiosco y vuelvo», con la excepción de que el protagonista de la historia tiene ciertas dificultades para cumplir con la segunda parte del cometido.
¿El afán por escribir proviene de creer que lo que nos pasa y lo que pensamos es significativo e interesante, o es que acaso lo que nos pasa y lo que pensamos deviene significativo e interesante porque lo escribimos?
Molina (y no “Medina”) logra que se vuelva significativo e interesante lo que escribe usando la primera persona, estilo cuestionado y emparentado con la nueva narrativa del mismo tono blog de donde proviene.
La hipótesis se confirma: no es lo que contamos, sino cómo lo contamos; Molina lo hace extrovertido desde la intemperie, en los márgenes.

En los márgenes
Ignacio Molina
Editorial 17 grises
96 páginas
$40

La Luz Como Metáfora

El anónimo protagonista de Trampa de Luz, primera novela de Matías Capelli, debería pagar las cuentas antes de que le corten el servicio y finalmente quede a oscuras.

En la novela de Capelli los ascensores no funcionan, no suben ni bajan, y a los autos se los maneja con inseguridad o se los abandona junto al cordón de la vereda.
Cuando las cosas se rompen el protagonista deja de usarlas, ya que arreglarlas le sale más caro que conseguir unas nuevas, y cuando encuentra un viejo lector de discos se da cuenta de que «en todo este tiempo que lo había borrado de su cabeza, se había arreglado solo. Algo similar le había pasado con un celular y con una lámpara que estaba seguro hacía cortocircuito, pero nunca con una relación».
El relato está centrado en un personaje sin nombre y recién salido de joven, que deja macerar sus sentimientos en un tupper  y sobrevive en un contexto urbano, caluroso, putrefacto y rodeado de basura que lo descompone pero que no limpia.
Atravesado por los discursos de los medios de comunicación y víctima de su imposibilidad de avanzar, sobrelleva -como arrastrando los pies con pantuflas- una serie de síntomas posmodernos: paranoia, ansiedad, pulsión sexual reprimida, sensación de fracaso, hastío, dejadez. 
El narrador utiliza la tercera persona para distanciarse y captar un plano general. El protagonista, por su parte, saca fotos de las cosas que le gustan, usando la cámara de su ex novia embarazada de otro hombre y con la que fantasea masturbándose en la ducha.
El protagonista no sabe en qué momento Silas, el encargado del edificio, se convirtió en su único referente masculino, y con él comparte changas para ganarse unos pesos. La relación entre ellos es como la de dos guardias de seguridad de un museo de arte contemporáneo, los mismos que “fabulaban su pasado y añoraban futuros imposibles, pero nunca hablaban de arte”. Es decir, no hablan de lo que les pasa ni de aquello con lo que conviven.
El personaje de Capelli monta una especie de obra de teatro mental donde sintetiza todos los elementos que integran sus deseos cotidianos: tener plata, saldar las deudas, equilibrar la relación con su familia; pero entre esos elementos algunos no funcionan y tampoco supo arreglarlos, el auto no arranca y nada sale según lo planeado. 
¿Podrá pagar la luz o es sólo una trampa para amenazar con la oscuridad?

 Trampa de Luz
Matías Capelli
Eterna Cadencia
96 páginas
$49

martes, 10 de enero de 2012

La Primera Vez Que Pensé

La primera vez que recuerdo haber pensado y haber sido consciente que estaba pensando fue a los cinco años sentada dentro de la pileta para chicos del complejo Canajuré en Brasil. Perdí la mirada y empecé a pensar. Pensé en el viaje de ida, rememoré hasta los más ínfimos detalles. Pensé en mi abuelo, en mi abuela, en mi tía Amelia. Imaginé sus caras. Pude sentir, pensándolos, cuánto los quería. Y cuando alguien se me acercó a preguntarme si estaba bien, me distrajo del absorto y me di cuenta que estaba pensando.
Y pensar que todavía pienso lo mismo.