lunes, 14 de febrero de 2011

La Frivolidad como Signo de Época


En las calles de New York nadie aceptó los choclos que ofrecían Warhol y Minujín luego de su performance fotografiada que simulaba y se titulaba de lo mismo que simulaba, es decir, «El Pago de la Deuda Externa».
Era 1985. Argentina venía de una dictadura militar durante la cual su deuda externa había aumentado en un 700% (de 7 mil a 231 mil millones de dólares) y hacía ya varias décadas que había dejado de ser "el granero del mundo": esos choclos servían nada más que para un intercambio simbólico en el marco de un happening de estética pop entre dos seres de facciones plásticas.

Dice Minujín al respecto:
Llevé todos los choclos, hice una montaña, pusimos dos sillas y nos sacamos diez fotos. Yo agarraba el choclo, él subía, yo se lo ofrecía y él lo aceptaba. Así la deuda externa quedaba paga. Pensando que yo era la reina del pop por estos lados y él, el rey del pop por allá, tenía sentido que saldáramos la deuda. Después regalamos los choclos firmados a la gente. Esa fue la última vez que lo vi. Murió dos años después.

Su versión es que los firmaron y los regalaron, pero otras voces menos comprometidas dicen que nadie los aceptó en las calles de Manhattan. F. se reía al preguntarse «y quién iba a aceptar esas mazorcas», usando precisamente ese término extranjerizante y de película doblada al español.
Me cuesta creerle a Minujín y lucho contra ese impulso. El encuentro con Warhol, y que se jacte de ello, me resulta de una veracidad tan sospechosa como la llegada del hombre a la luna en 1969.
R. estuvo de acuerdo conmigo e incluso dudamos en stéreo de sus encuentros con Janis Joplin, Jimmy Hendrix, John Lennon y Yoko Ono. Decir "tomó contacto con" puede entenderse como que coincideron en una fiesta o vernissage de pura casualidad. Pero si de verdad "tomó contacto", ¿es necesario alardear de ello? ¿Podría la imagen de Marta prescindir de estos datos y, sin embargo, conservar el prestigio?

Anoche L. me comentaba de una película que había visto, y que no recuerdo el nombre, en la cual -una vez muerto- se medía la permanencia de las personas en un purgatorio a partir de la cantidad de "miedo" que habían experimentado en vida. «Así, los más corajudos permanecían en ese purgatorio por menos tiempo», explicó L.
Ni un mísero minuto hubiese permanecido Minujín en ese purgatorio, y eso es lo que admiro, independientemente de que su mayor miedo parece radicar en sacarse las gafas y poner en vista de todos sus ojos azuzados por el tiempo.

domingo, 13 de febrero de 2011

Cenicienta advierte: «Yo les dije»

Mi amiga está a meses de casarse y me escribe para contarme lo bien que se lleva con su novio y lo feliz que está de haber encontrado la horma de su zapato. Claro está que con esa frase está refiriéndose a su futuro esposo y no a que ahora las botas le calcen mejor que antes.
Las sucesivas experiencias que acumulo en mi haber me explican que el amor se jacta justamente de no ser racional, sino algo que, a pesar de ser susceptible a centenares de acepciones, simplemente se siente. Ahora, a partir de la afirmación de mi amiga, pude sumar una nueva categoría de interpretación de este fenómeno: el amor también puede definirse a partir de la utilidad de los pies.
El enamorado pierde la cabeza, deja de usarla y se deja llevar por todo aquello que escapa a la razón obedeciendo sólo a la emoción que le provoca el vínculo con otro. Entonces comienza a cobrar protagonismo el resto del cuerpo y todo lo que éste implica en cuanto a realidad empírica. 
El enamorado se vuelve vanidoso, cada espejo es una confirmación de su unicidad y hasta considera un cambio de look que combine con su permanente sonrisa. 
El enamorado practica gestos, pretende lanzar una mirada más profunda que la magnum de Derek Zoolander y estudia distintas maneras de tomar de la mano a su otro. 
El enamorado deja de usar la cabeza, empieza a usar los pies. Los mismos que van a trasladarlo hasta ubicarse bien cerca del objeto de su afecto e incluso van a permitirle patearlo cuando ese amor se acabe.
Pero al momento de identificar la horma del zapato no se juzga el tamaño, el color, ni siquiera la durabilidad; aquella que de forma y contenga es suficiente, y el enamorado es dotado de un andar tan ligero que avanza suspendido, como si los pies tampoco fuesen ya necesarios.
El príncipe depositó la expectativa de encontrar al amor de su vida con sólo probar en el pie de una tal Cenicienta un zapato de cristal. Ella se lo probó y calzaba a la perfección, pero no fue el zapato el que se amoldó al pie, sino que éste se amoldó al zapato, deformándose y acomodándose a sus posibilidades que, a juzgar por el material, habrán sido bastante limitadas.
El pie es la realidad y de cristal es la fantasía que se rompe en cuanto se empieza a caminar sobre ella, ya que no soporta el peso y se hace añicos apenas se la pone a prueba de la luz y la razón. Uno se pregunta, ¿será realmente la horma de mi zapato? Prueba y verás. Caminemos de puntillas y que no se rompa el cristal.


Publicado en Dadá Mini #7 - «El que no usa la cabeza, usa los pies» - 2009

Deje Su Mensaje Después del Tono

De una pantalla a la otra y así sucesivamente. Las prácticas comunicacionales actuales se ven dominadas por el fenómeno de la escritura en desmedro de la otrora valorada oratoria. Hoy, las relaciones pueden archivarse en una conversación de chat o en la memoria de un celular, a través de los mensajes de texto que proponen incluso una verbalización particular y específica del medio que, muchas veces, sucumbe en una abreviatura tal que es imposible decodificar. Se evidencian de esta manera errores ortográficos, niveles culturales y códigos de escritura que distan leguas de asemejarse a las cartas escritas a mano de antaño. Cartas eran las de antes, dirá algún aficionado al correo o un amante de la correspondencia sellada con cera y no precisamente de oreja.
Proclamo el escapismo absoluto a la conversación propiamente dicha y ni qué hablar del cara a cara, que es actualmente la instancia final, casi como una reducción al puro maquillaje que subestima el rostro verdadero.
La premisa es la de ser alcanzado en todo momento y en todo lugar culpa de estos dispositivos de comunicación.  Algo así como un GPS personal en el que la  única excusa a mano- real o inventada- es la de no haber tenido señal/ batería/ crédito para justificar la no respuesta. Es ese mismo silencio el que será luego reprochado y cuyo precio cotizará en bolsa haciendo caso omiso a las actuales subas y bajas de la misma. Conclusiones y elucubraciones propias del emisor pretenderán llenar ese vacío verbal para conducirlo a elaborar las teorías más
descabelladas en un intento por entender el porqué de esos malditos silencios.
La idea es no caer en una lógica comunicativa que, además de otorgar al acorralado receptor el mágico poder de la respuesta, refuerza la condición narcisista del hombre posmoderno que acaba corroborando la unidireccionalidad de un mensaje que promueve el individualismo gestionario cuando de comunicarse se trata. Sube el precio del silencio y lo que mata es no saber.


Publicado en Dadá Mini #6 - 2008

No Se Suspende Por Lluvia

“Los Díaz pasan volando”, era el remate del famoso chasco dividido en tres actos en el que cada uno de los integrantes de la familia pasaba en avioneta, helicóptero y hasta un parapente manejaba el más intrépido de la prole.
¿Y a dónde van los Díaz cuando llueve? Quizás a la misma cueva donde se resguarda la vieja o posiblemente se detienen cual extra del Chapulín Colorado tras el sonido de corneta.
Los Díaz declaran asueto y es entonces cuando una oportuna lluvia le permite a uno darse ciertas concesiones respecto a la agenda establecida y no sentir culpa por elegir una novela en la tele antes que un apunte o un libro para suspender la concreción de un trámite “urgente”.
Esa misma lluvia es la que justificará la práctica del más descarado ocio y la dedicación a las reflexiones más sublimes así como también a las más bajas e incluso subterráneas.
A su vez, la elección de vestuario se verá condicionada desde el momento en el que aparezcan las nubes cargadas, también lo hará la banda sonora en perfecta sintonía con el característico repiqueteo del descargo e incluso el catálogo de pensamientos se someterá al mismo criterio.
Aquello que predispone nuestro estado de ánimo de semejante manera será quizás la sensación de que este mundo hace agua por todos lados o más precisamente la impotencia de que el clima es algo que el hombre, a pesar de sus ambiciosas aspiraciones, aún no puede controlar. Mejor que así sea. Dejemos el esquema mental tal y como está y que no se suspenda por lluvia.

Publicado en Dadá Mini #5 - 2008

Palabras Incomprendidas


Las colecciono en un cuaderno compulsivo y me ocupo de agruparlas en caprichosas categorías tales como “sónicas”, “sensoriales”, “absurdamente cacofónicas” o “grandilocuentes y soberbias”. Así, poco a poco, van acumulándose en largas listas: minerva, bambú, estornudo, estalactita, expresso, vértigo, crisantemo, irreverente, escoria,  ribete, redundando, esotérico, ecléctico, babieca, bicoca, baqueta... “Una palabra, sólo una palabra”, rogaba Luis Alberto Spinetta desde el tocadisco.
Se me ocurre que, aquellos afectos al monólogo, entablamos todos los días diálogos que se van desarrollando a modo de un jazz, combinando tiempos verbales y entretejiendo conceptos cual rompecabeza improvisando a cada momento y en cada conversación.
La dinámica de las palabras y su modo de relacionarse y amalgamarse unas con otras es lo que convierte al diálogo en una forma de acción en la que se atraviesan universos de sentido para disputarse una idea. Hablando, estas ideas se mueven de un lado a otro, rebotan en techos y paredes, se estrellan y sortean los obstáculos de la acústica para finalmente incrustarse en nuestro aparato cognitivo y ser comprendidas en su significado lógico para aventurarse en ríos semánticos que fluyen en cauces retóricos.
Pero... ¿de qué estábamos hablando?



Publicado en Dadá Mini #4 - 2008

Me Quiero Por Eso Escribo

Mucho del afán de escribir proviene de esta idea de que lo que nos pasa y lo que pensamos es significativo e interesante... ¿o es que acaso lo que nos pasa y lo que pensamos deviene significativo e interesante porque lo escribimos?

Una vez agotada la amenaza de la inminente desaparición de la prensa y la literatura en papel a favor del formato digital, los suplementos culturales parecen haberse puesto otra vez de acuerdo para desarrollar el tema ¿por qué escribimos?, ¿cómo escriben los que escriben? y ponerse nostálgicos con aquel primer amor últimos ritos.

Así nos enteramos de que en tres palabras, Umberto Eco dice que escribe simplemente porque-le-gusta y Andrea Camilleri, porque es mejor que descargar cajas en el mercado central.
Pero mientras algunos otros esgrimen argumentos del tipo porque no sé hacer otra cosa y Carlos Fuentes hasta se anima a repreguntar ¿por qué respiro?, Lucía Etxeberría –de quien no he leído ni un solo libro- conmueve explicando que escribe para que la quieran más.
Es decir, escribe por amor.
Un amor que entrega y vuelve a sí misma en forma de reconocimiento.
Es decir, escribe por amor propio.

Qué pajero es Fogwill. Solo escribe 45 minutos al día.
Qué metódico es Alan Pauls. Escribe cual horario de oficina de 9 am a 5 pm.
Luis Gusman escribe rodeado de fotos de escritores, será el fetichismo.
Edgardo Cozarinsky llama “ideas peregrinas” a las cosas que va anotando a medida que oye o ve en la calle. Las mismas que cada tanto me persiguen y cuando llego hasta el cuaderno, se tomaron un subte y desaparecieron por debajo de la superficie.
Cuando Rodolfo Rabanal escribe con tinta negra sobre “esas páginas legendarias” de una Moleskine o una Talbot, le hace sentir que hasta es posible que escriba muy bien.
Me gustaría hacer como Luis Chitarroni que en la misma libreta donde escribe también hace dibujos, es que lo intento, pero de la única manera que me sale dibujar es con palabras.
También me gustaría hacer como Osvaldo Lamborghini que se sienta a escribir en bares, algo que jamás podría hacer Ana María Shua que se toma algo así como un litro y medio de cortados y explica: “necesito un baño cerca”.
¿De verdad queremos saber tanto sobre cómo escriben los que escriben?
Retomo la hipótesis, el amor propio mueve teclados.