En las calles de New York nadie aceptó los choclos que ofrecían Warhol y Minujín luego de su performance fotografiada que simulaba y se titulaba de lo mismo que simulaba, es decir, «El Pago de la Deuda Externa».
Era 1985. Argentina venía de una dictadura militar durante la cual su deuda externa había aumentado en un 700% (de 7 mil a 231 mil millones de dólares) y hacía ya varias décadas que había dejado de ser "el granero del mundo": esos choclos servían nada más que para un intercambio simbólico en el marco de un happening de estética pop entre dos seres de facciones plásticas.
Dice Minujín al respecto:
Llevé todos los choclos, hice una montaña, pusimos dos sillas y nos sacamos diez fotos. Yo agarraba el choclo, él subía, yo se lo ofrecía y él lo aceptaba. Así la deuda externa quedaba paga. Pensando que yo era la reina del pop por estos lados y él, el rey del pop por allá, tenía sentido que saldáramos la deuda. Después regalamos los choclos firmados a la gente. Esa fue la última vez que lo vi. Murió dos años después.
Su versión es que los firmaron y los regalaron, pero otras voces menos comprometidas dicen que nadie los aceptó en las calles de Manhattan. F. se reía al preguntarse «y quién iba a aceptar esas mazorcas», usando precisamente ese término extranjerizante y de película doblada al español.
Me cuesta creerle a Minujín y lucho contra ese impulso. El encuentro con Warhol, y que se jacte de ello, me resulta de una veracidad tan sospechosa como la llegada del hombre a la luna en 1969.
R. estuvo de acuerdo conmigo e incluso dudamos en stéreo de sus encuentros con Janis Joplin, Jimmy Hendrix, John Lennon y Yoko Ono. Decir "tomó contacto con" puede entenderse como que coincideron en una fiesta o vernissage de pura casualidad. Pero si de verdad "tomó contacto", ¿es necesario alardear de ello? ¿Podría la imagen de Marta prescindir de estos datos y, sin embargo, conservar el prestigio?
Anoche L. me comentaba de una película que había visto, y que no recuerdo el nombre, en la cual -una vez muerto- se medía la permanencia de las personas en un purgatorio a partir de la cantidad de "miedo" que habían experimentado en vida. «Así, los más corajudos permanecían en ese purgatorio por menos tiempo», explicó L.
Ni un mísero minuto hubiese permanecido Minujín en ese purgatorio, y eso es lo que admiro, independientemente de que su mayor miedo parece radicar en sacarse las gafas y poner en vista de todos sus ojos azuzados por el tiempo.