jueves, 23 de abril de 2009

La Invasión del Dengue

“El dengue llegó para quedarse”, es la frase impresa que impera en varios diarios del país y la que más se escucha en noticieros e informativos. Sí grave y problemático, pero ninguna primicia ni novedad, lo mismo hizo hace ya casi diez años y en la forma de un perro.
Apareció un día sin que lo llamen y se acomodó en un rincón de la entrada de casa entre las hortensias del cantero. En un principio no sabíamos porqué insistía en quedarse siendo que ninguno de nosotros le guardaba cariño alguno y tampoco él a nosotros, hasta que descubrimos que Papá lo alimentaba a escondidas y de los más exquisitos restos de asado. Incluso fue él quien lo bautizó “Dengue”, aludiendo al bailecito en dos patas que “el Dengue” le dedicaba cada vez que lo veía llegar en su Ford Falcon gris, ya que resulta que en los `90 menemistas, la palabra “dengue” sonaba más bien a movimiento de cadera canina que a enfermedad causada por un virus y transmitida por la picadura del mosquito Aedes Aegypti. Mi hermano F. sugirió “Indi” (por “Indigente”), pero la moción fue rechazada espontáneamente por el resto de los integrantes de la familia, los que naturalmente pronunciábamos “el Dengue” cada vez que queríamos referirnos al perro invasor.
Papá siempre fue un especialista en eso de los apodos y su capacidad innata e inconsciente de practicar el marketing, provocó que nos sumemos a su manera de llamar al perro. “Dengue” sonaba a una mezcla entre lo festivo, el “merengue”, lo divertido, burlón; y, por otro lado, remitía a amenaza, invasión, algo así como una fuerza desconocida que se infiltra en un ambiente.
“El Dengue” se colaba adentro de casa y nos gruñía desde abajo de los sillones, atormentaba a nuestro coquer maricón y abusaba sexualmente de nuestra perra, destrozaba las plantas que Mamá plantaba con tanto empeño y, para colmo, era horrible. Hasta Papá estaba harto de él y al cabo de un año de permanencia dejó de ser gracioso.
Mis hermanos F. y J. procedieron a deshacerse de él por las buenas y lo llevaron hasta el Arco de Córdoba para soltarlo ahí y que viva silvestre tal como había nacido. “El Dengue” caminó los 10 kilómetros de vuelta y a los pocos días estaba en la puerta de casa nuevamente.
Hubo un 2do intento en el cual lo metieron dentro de una valija (supuestamente para que no pueda ver el camino de ida desde la ventana y confeccionar el mapa mental para la vuelta - el delirio nos llevó a pensar que el diabólico perro razonaba), esta vez lo abandonaron aún más lejos y Villa Allende fue el destino. Mientras tanto, mis hermanas M., W. y yo entonábamos guitarra en mano la improvisada canción “Deeengue, Deeengue, entraaa a la valiiija”.
Cinco días después, Mamá una mañana nos desafió con un “adivinen quién está en la puerta...”. Nadie lo adivinó porque no podíamos creerlo: “El Dengue” estaba ahí moviendo su hedionda cola. Resignación y aceptación, esas fueron nuestras opciones. “El Dengue” definitivamente no quería irse de casa y nosotros ya no teníamos nada que hacer en contra de su férrea voluntad.
El perro fue incluso apuñalado con un Tramontina durante un arrebato instintivo de Mamá por defender al coquer maricón que, apresado entre los colmillos del can asesino, la “miraba como pidiendo auxilio” (frase expresa de Mamá a la hora de excusarse por semejante exabrupto). “El Dengue” chilló, pero siguió vivito y coleando con un tajo en el lomo. Parece ser que, además de detestable, era inmortal.
Pero un buen día desapareció y no volvió más. Y obviamente nadie lamentó su ausencia.
Ahora el detestable es el mosquito que está picando a la gente y enfermándolos con el dengue, que no es precisamente ni un perro, ni un baile de alegría. Ya son casi 10.000 las personas infectadas y más detestables aún son los dirigentes como Sandra Mendoza - ministro de Salud de Chaco y mujer del gobernador de la misma provincia- quien asegura que quien tiene la culpa de semejante epidemia es, nada más y nada menos que “el mosquito”.

Si anoche dormiste con la ventana abierta, te olvidaste de poner repelente, despertaste con unas picaduras rositas a la altura del tobillo - las clásicas - y tenés claro que ningún ministerio, y mucho menos el Gobierno, van a ocuparse de las condiciones sanitarias de tu ciudad, de gestionar un plan de prevención y tampoco del estado de tu salud frente a una epidemia como ésta, pinchá acá para por lo menos contar con más información respecto al dengue y saber qué hacer al respecto (la enfermedad claro, sobre el perro aún desconocemos su paradero) .

martes, 21 de abril de 2009

Declaración de Odio

Odio a los bichitos de Junot.
Más que a esos indefinibles osos, perros, ornitorrincos o vaya uno a saber qué son - que al fin y al cabo ninguna culpa tienen de haber sido dibujados por alguien con semejante mal gusto- me resultan detestables quienes los consumen y para colmo les dedican un “aaaaahhh” cuando se los encuentran en alguna librería. Puedo afirmar fehacientemente que jamás podría agradarme una persona que guste de esas criaturas de ojos vidriosos y ridiculamente enormes que se suponen son “tiernos”.
Si, qué mala onda.

Un día común y corriente

Los días comunes y corrientes son aquellos en los que en la agenda no figura cumpleaños alguno, no es el aniversario de nada que haya sucedido en el último tiempo y merezca ser rememorado, no hay reencuentro de promoción del colegio o de ex compañeros de alguna institución que haya logrado reunir gente dispar. Generalmente los lunes o martes suelen ser días comunes y corrientes, a veces un que otro miércoles, pero nunca un viernes, sábado o domingo y muchísimo menos un feriado podría ser alguna vez un día regular.
En la noche de un día común y corriente uno puede elegir irse a dormir tranquilamente y sin ningún tipo de culpa, o ver una película malísima en el cable sin sentir que está perdiendo el tiempo.
Un día común y corriente es como una hoja en blanco, nada está dicho y uno es artífice de su propio destino. Los días comunes y corrientes cada vez son menos comunes y corrientes porque en estos días es cuando más nos sorprendemos o más cosas inesperadas ocurren. O no pasa nada y lo justificamos pensando “y bueno, fue un día común y corriente”.
Amo los días comunes y corrientes. No se me ocurre nada más sofisticado ni inteligente para decir al respecto, pero hoy es un día común y corriente y hago lo que quiero.

jueves, 2 de abril de 2009

Adiós

El Congreso estuvo abierto toda la noche. La gente quería verlo de cerca, saludarlo de lejos, ser parte de la historia, salir a desempolvar banderas, chusmear, vaya uno a saber, pero que una multitud se apoltronó sobre Callao es un hecho. “Murió Alfonsín”, eran las leyendas sobre absolutamente todas las portadas de los diarios de ayer y no pude evitar leer estoicamente cada una de las biografías allí impresas.
Nací en el ´86 y la palabra Alfonsín formó parte de mi imaginario infantil, lo escuchaba a papá hablar de él y sin poder ahora recordar exactamente lo que decía – además de algo así como que habían salido a festejar en el auto de no se quién cuando asumió – la imagen que me formé era de una especie de superpolítico que había venido a rescatarnos de las garras de algo maléfico y que, por lo tanto, ameritaba que mi viejo salga a festejar. Después mezclé esa imagen con el festejo de la victoria de Argentina sobre Italia en el mundial del ´90, parada en la calle Irigoyen mirando como la gente tiraba papeles desde los balcones y armé un collage de sensaciones. A pesar de que mi padre sea un fervoroso menemista –mezcla que quiere fastidiar al resto y otro poco que lo siente- puedo legitimar aquel festejo en el ´83 y sostengo que fue por una buena causa y, aun bajo las circunstancias expresadas, confío en su criterio.
Hoy al mediodía caminé yo también junto a la muchedumbre por Callao hasta el cementerio de la Recoleta y comprobé que lo que se respiraba en la calle era fervor patriótico. Creí que eso ya no existía y que la gente sólo se juntaba para salir a reclamar, a quejarse o si le pagaban el pancho y la coca. Ellos estaban ahí porque querían y sin ninguna pretensión o acaso qué puede pedírsele a una persona que ya no está.
Será quizás que se fue uno de los pocos íconos que quedaban de imagen política comprometida, de buena persona con todas las letras, honesta, y que, más allá de una inflación insostenible y un Pacto de Olivos a espaldas de la gente, se jugó y procuró hacer todo lo que estuviese a su alcance para que en la Argentina pueda respirarse tranquilo. Hoy calculé las edades de quienes marchaban junto a los granaderos por las calles y muchos eran aquellos que vivieron la llegada de Alfonsín como un alivio.
¿Cuándo va a volver a repetirse este fenómeno?, ¿Cuándo muera Menem?, ¿Duhalde?, ¿De la Rúa?, ¿Kirchner?, ¿acaso Fernández? Lo dudo y me desalienta el saber que nuestra clase política esté tan descreída y que no merecerá ni una pizca de los honores y las muestras de afecto que la gente demostró ayer y hoy por Raúl Ricardo Alfonsín.


Pero Hoy Ya No Soy Yo

Hoy no me siento en mis cabales. Nada tiene que ver con mi estado de ánimo la muerte de Alfonsín, el precio de la carne, el comienzo de un nuevo mes e incluso desconozco el hecho de que esta temperatura tan agradable no me haya regalado una linda sensación otoñal.
Hoy no me hallo y consulto el horóscopo a ver si doy con alguna clave: “como tienes de tu parte los planetas de la suerte, el día tendrá un excelente comienzo. El resto depende de ti”, es la leyenda que puede leerse al lado del dibujo de los divertidos pececitos. Pienso que no soy muy afecta a los astros y minimizo la capacidad de su verdad remitiéndome al cuento de un profesor de la facultad que explicaba que el último en llegar al diario era el encargado de redactar el horóscopo del día a modo de castigo.
Si, mi día tuvo un excelente comienzo. Me desperté al lado del chico que me gusta, me bañé, llevé la ropa a lavar e incluso conseguí unas calcitas requete monas a la vuelta de casa. Pero no es eso. Depende de mi y no se qué hacer al respecto.
Un amigo siempre me dice que yo no soy de las que declaran “hoy estoy mal”, me lo planteo, pero no es eso: no estoy mal. Reconozco estar arrastrando una extraña sensación de sentirme lejos de casa y hambrienta de la familiaridad que me genera el estar cerca de mi mamá y hermanos, pero tampoco es que estoy sufriendo ningún tipo de desarraigo. Quizás sólo necesito descansar un poco de tanta desidia y relajarme en pos del destino.
Mañana es feriado y tengo todo un día para pensarlo. O no.

*N de la A: Esto lo escribí AYER.