viernes, 27 de febrero de 2009

miércoles, 25 de febrero de 2009

Anbilivabol

El arte llega a veces a límites insospechados que atentan con el mal gusto echando a perder el sentido común - el menos común de los sentidos-.
Dejando de lado los motivos religiosos, que en este caso no juegan, ni siquiera en su calidad estética podemos justificar el incluir a semejante figura en una obra.

http://www.criticadigital.com/index.php?secc=nota&nid=19333

viernes, 20 de febrero de 2009

Coloro, Sípido, pero sobre todo Odoro

El primer inodoro que hubo en mi casa era de color amarillo, de marca Ariel y con un elegante cervatillo a modo de logotipo.
Hace unos días mi hermano, ya mayor y pisando la adultez, me confesó que de pequeño quería llamarse del mismo modo que aquel inodoro al que todos visitábamos siendo que éramos 6 personas compartiendo el mismo.
Tengo la firme convicción de que cada casa tiene su mística y según los hábitos que adopten en la misma se configurarán como unas u otras. Ni malo ni bueno, meramente una diferencia de costumbres. Hay casas donde se toma soda y casas donde no. Hay casas donde la sal no puede pasarse de mano en mano y otras en las que no es entendido como un mal augurio. Hay casas donde se usa toalla para el bidet y casas que no.
Toalla para secarse las partes luego de usar el bidet, ¿qué es lo que prima? ¿suavidad, higiene, gérmenes restregados entre unos y otros? Definitivamente, en mi casa no y justamente debido a la última opción. Nada de andar paseando la misma tela por partes del cuerpo de donde salieron desechos fecales y muchísimo menos si esa parte del cuerpo es tan particular y personal como aquella a la que no hace falta haga alusión. Se usa papel higiénico y se “arroja al cesto” tal y como lo requieren los carteles que se ubican generalmente en los recintos diseñados para los fines escatológicos y de desagote corporal.
Peor es aún cuando uno se encuentra con que, en el baño al cual uno pretende acceder, la famosa toallita no pende de un oportuno gancho, sino que ha sido arrojada como quien no quiere la cosa sobre las canillas y uno se ve en la obligación de correrla de ese lugar para poder accionar el bidet. Los maldigo y paso a refrescarme las herramientas pensando sólo en las ganas que tengo de hacer lo mismo con mis pobres dedos que hubieron de someterse a semejante traspaso de marronada ajena.
Sabia decisión de mi madre la de no ubicar una toalla junto al videt porque, a juzgar por la cantidad de gente que compartía ese baño, estaríamos todos infectados por el hediondo de Ariel.



REPERCUSIONES IMPERDIBLES

Señora Madre
"En algunas casas las llaman “toallitas culeras”. No sé si todos usan las mismas, misterio que no quiero develar. Prefiero mis 80 metros vírgenes de germenes de parientes, conocidos y amigos. Cada casa es un mundo y uno cree que la del lado es mejor, más limpia, más linda y todos se portan menos mal.
Esto está bueno porque nos lleva a una autosuperación, propulsada por una “competicion” imaginaria creada por nuestro acomplejado ego que sufre de inferioridad crónica. “Seguro que en lo de tal, no hacen esto!!” Lo hacen y mucho peor, pero mejor es no saberlo.
Mientras tanto yo sigo haciendo dibujitos en mi papelito blanco que después despido ritualmente al pie de la cascada de la fosa sin fondo."
Hermana (usuaria de Ariel)
"Menos mal que es Ariel el ino y no Ariel el transportista!"
Hermano (que deseaba llamarse Ariel)
"Mi intimidad ha sido ventilada!! te autorizo..."
Otra Hermana
"J. se la come, Ariel se la da".

viernes, 6 de febrero de 2009

A Mi Pesar

El cuento lo encontré en la revista La Nación del domingo y, a pesar de que lo escribió una mujer supuestamente metiéndose en la cabeza de un hombre, escapa a las diferencias de género y, obviando la parte de tetas, esmalte de uñas, atendida de teléfono y movimiento de manos porque las mujeres NO me gustan (no chicas, lamento desilusionarlas), retrata casi a la perfección algo que suele sucederme a menudo.
Quizás todavía soy pendeja y no se absolutamente nada sobre el amor, podrán decir algunos.
Éste es un pequeño extracto que ilustra lo que intento explicar:

Un lunar, un vestido, un anillo, una carcajada, tetas grandes o chicas, el color del esmalte de uñas, el modo en que una mujer atiende el teléfono o mueve las manos: uno siempre se enamora y se desenamora de detalles. Nadie se pelea con la novia por haberle descubierto un gran vicio, por descubrir que es fan de Tinelli o de Neustadt o por saberla víctima de una enfermedad incurable y contagiosa; las razones del amor y del desamor son mínimas y aveces inescrutables. Un gesto, una palabra, una observación desubicada pueden precipitar la catástrofe. No voy a ser tan imbécil como para desenamorarme por eso, me digo.. Pero de noche no puedo dormirme, el corazón se me acelera: ese detalle, ese maldito detalle se repite una y otra vez en la memoria; el timbre de su voz, una frase, una sola palabra me taladra el corazón (...)
Y ya no puedo hacer nada para revertir la situación. Entonces invento una excusa y vuelvo a ser libre, a mi pesar.