lunes, 15 de septiembre de 2008

Confessions at the Ascensor (léase AS-Cen-Sor)

El espejo del ascensor se ha convertido en mi más íntimo confesor.

Le hablo, le canto, le hago caras para chequear mis expresiones faciales y me excuso con él cuando hice o dije algo que no sonó del todo bien.

Muchas veces consulto con él si debería llamar o no y si lo que estoy haciendo es lo correcto. Pero no me conformo con su estoicismo e indiferencia y le cuestiono también su capacidad de respuesta ante tanto silencio y desatino para luego culparme a mi misma por actitudes sospechosamente desequilibradas.

Siete pisos compartimos, lo cual en tiempos de reloj son algo así como doce segundos. Doce segundos de catarsis y liberación. Salgo al pallier lista para enfrentar mi día que empieza más temprano de lo que me gustaría que empiece, lo cual provoca una más profunda reflexión acerca de la soledad y sus fantásticas ventajas radicando la más importante en esto de no tener que dar explicaciones a nadie. Ni al espejo del ascensor.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Encadenada a la Localidad

Hace unos días que mi vida ha cambiado rotundamente.
Estreno nueva numeración y denominación geográfica que paso a repartir en lavanderías, empresas de taxi y agendas de mis amigos para que no me pierdan.
Me encuentro repitiendo dos veces por día la frase "noventa-por-favor" allí donde otrora decía "veinte-pesos-de-diesel-,churro".
Me despedí hasta próximo aviso de tartas de espárragos, asados que no como y verduras hervidas para reemplazarlas por sopas quick de zapallo y fideos desabridos.
Postergué salidas al aclamado y bien por todos amado Ojo Bizarro y mis demostraciones de improvisado breakdance de los sábados por la noche.
Cafés y abrazos con Mamá, luchas al mejor estilo "PuFuPana" con Pedro, el mate y las chancletas con G., los ya extinguidos lunes de cine, los domingos de resaca familiar y por supuesto, los criollitos... todo eso deberá esperar.
Sin embargo hay algo de lo que me fue imposible escapar, aunque queriéndolo, y me persigue por cuanto bazar entre, taxi me tome y florería me frene. Es ese timbre de voz ampliamente conocido, intensamente familiar, abrumadoramente ensordecedor y sorpresivamente reconfortante.
Pero claro, no puede ser otro que "Pereyra, Mario Pereyra"...
¡¡Juuuuuuuuuuntooooos en Cadena 3 Arrrrrrrgentiiina!!